Inicio / Cuenteros Locales / Guidos / Nombre diluido
Hace ya bastante que no sé nada de don Vitalio. ¿O era Olegario? ¿Venancio quizás? Confieso que su nombre se me diluyó en el tiempo aunque su rostro lo conservo nítido en la memoria. Y su estampa, delgado y no muy alto, siempre con su bicicleta y los diarios en la grupa y una sonrisa ancha en su boca. Tendría unos ochenta años, pero pedaleaba con agilidad deteniéndose de trecho en trecho para entregar el periódico de fresca tinta en las manos de sus clientes. Lo esperaba en la puerta y lo contemplaba en sus menesteres, cordial y sonriente con quienes ya lo conocían y aguardaban. Esta rutina conservaba algo de los viejos tiempos cuando hojear la prensa era un acto apasionante y no existía la televisión que hoy lo adelanta todo con pelos y señales, dejándole a los trabajadores de la tinta y papel el hueso tirado para que éste se devane los sesos buscando alguna faceta inexplorada. Pero eso ya es otro asunto.
Don Serapio, ¡Vaya! Continúo dándole vueltas a su nombre, don Samuel, digo, me extendía el periódico y tras el infaltable comentario sobre el calor o el frío que pelaba los huesos, me contaba uno de esos chistes suyos que atesoraba en sus alforjas. En realidad, no eran muy graciosos o sucedía que requerían de una comprensión más esmerada. Su objetivo era loable porque consistía en mantener el vínculo, ese hilo invisible pero trenzado con sólidos gestos, apretones de manos que provocaban un no sé qué de trascendencia y un palpitar súbito por surgirle a uno esa idea sublime que se estaban estableciendo los gérmenes de una amistad.
A veces yo no estaba en la casa, pero al regresar encontraba el periódico tirado en el pasto, junto a los hibiscos. Jamás lo acordamos, pero él confiaba y me hacía llegar el diario y de paso, la aseveración de sus virtudes. Me sentía honrado ante tal gesto, pero alborotado por esa deuda que tenía con su persona, asunto que saldaba al día siguiente, con el mismo ritual de sonrisas, chiste entreverado y deseos retribuidos entre ambos.
Lo lamento, no recuerdo su nombre. Sí tengo claro el día en que me dijo que ya no pasaría más. Que su periplo terminaba y que ahora sólo anhelaba un descanso que se había ganado con creces. Un algo de melancolía brilló en sus pupilas al despedirnos. Esta vez no hubo un chiste para amenizar el encuentro y un gesto triste reemplazó a esa sonrisa amplia y juguetona. La vida impone estas situaciones y cada cual entiende que debe asumirlas. En su caso, entiendo que alargó bastante la espera, pero titubeaba en su fuero interno, porque su rutina diaria de encuentro, sonrisas y chistes gratuitos, ahora daría paso a un estado un poco más invernal, de ventanas ahuecadas en su alma contemplando con nostalgia ese ayer tan palpitante.
Nunca más lo vi y todavía lo imagino llamando a la puerta o pedaleando en las calles soleadas al compás de su corazón alegre.
Ahora, el diario nos llega cada madrugada y es arrojado hacia el patio por un señor del cuál no sabemos nada. Sólo que debe madrugar cada día para cumplir con su cometido. Por supuesto, tampoco sé su nombre.
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Texto agregado el 15-05-2022, y leído por 156
visitantes. (8 votos)
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Lectores Opinan |
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21-05-2022 |
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Personajes de la vida cotidiana, testigos sin quererlo de nuestra alegría, tristeza, son el paisaje de la rutina y cuando ya no están nos damos cuenta lo mucho que significaron. Jaeltete |
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17-05-2022 |
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Así sucede, a veces olvidamos los nombres de gente que se cruza en nuestra vida, que son buenas personas y tienen gestos de amistad con nosotros, los cuales sabemos guardar en la memoria o el corazón. Un hermoso relato, amigo. maparo55 |
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16-05-2022 |
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Que historia tan emotiva, costumbres y modales arraigados entre la gente de épocas que no llegamos a conocer del todo, costumbre que tal vez no quisimos o no supimos continuar. Valioso aporte, querido Gui, lleno de historia y buenos recuerdos. Un abrazo, Shou |
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16-05-2022 |
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Aquellas relaciones directas, el estrechar la mano, el saludo, la platica breve, ya no es visto. Simple hay que ver las gentes que viven en un edificio. Raras son las gentes que aun pueden saludarse, en el elevador, van como momias. Abrazo y muy buen texto. Abrazo mi buen. sendero |
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16-05-2022 |
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2. Describes muy bien la todo y mencionas, casi al pasar temas fundamentales como por ejemplo: las confianzas fuera de la formalidad de las firmas, "sin un acuerdo previo" y la obligación moral de ir a pagar al día siguiente. Desde mi punto de vista, tu relato es una joya. Gracias, nuevamente. gsap |
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16-05-2022 |
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1. Hermoso relato, en su melancolía, claro está. Te agradezco con la emotividad a flor de piel, porque esta historia tiene muchos nombres propios, de ciudades, de barrios en donde, antiguamente, las relaciones interpersonales eran protagonistas, conocerse, saber el uno del otro, esperarse e incluso, no era solo una transacción comercial, había afectos involucrados. gsap |
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16-05-2022 |
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La vida está llena de seres anónimos cumpliendo fieles su importante y valiosa función hasta que ya no. Todos seremos historia, ¿Recordada u olvidada? sólo será cuestión de unos cuantos años... Tu relato limpio, honesto golpea con su verdad. Anónimos somos todos. Un abrazo desde mi yo de hoy ;) Sheisan |
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15-05-2022 |
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—Hoy me retrotraigo en el tiempo y me deleito con tu emotiva crónica de aquellos años tan distintos a los de hoy en que todo es impersonal. Aquellos que conocimos el amigable y lento trajín del siglo pasado agradecemos que nos brindes motivos para recordar. —Un abrazo fraterno. vicenterreramarquez |
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15-05-2022 |
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Un lindo fragmento de nuestra vida, algo triste claro está, pero lindo. MujerDiosa |
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15-05-2022 |
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Una realidad triste, a todos nos llega el momento de retirarnos eso es inevitable pero quizá aunque algunas cosas cambien, aún quedan los recuerdos. Saludos. ome |
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