ENCIMOSO

LO DECENTE NO QUITA LO CALIENTE

Tato, abogado de mediana edad, solterón bohemio con un gusto irrefrenable hacia las mujeres, cualquiera, no es fijado. En una mesa de café convivimos, su platica es chispeante.
—Quería ser sacerdote, incluso estuve en el seminario, pero, la mujer ¡Oh! La mujer.
—¿Por qué no te casaste?
—Tuve una novia, chulada de mujer, hija de una familia numerosa, católica, estuvimos cerca del altar, pero, yo tenía además varias movidas. Tu sabes para calmar mis rijos de varón. Lo malo de los pueblos chicos es que todo se sabe. Le fueron con el chisme. Tremenda bronca, me mandó a volar.
—Pero insististe ¿no?
—A las mujeres les gusta que les rueguen. Así que por un tiempo anduve tras ella, Hasta que se cansó y me gritó ¡deja de molestarme! Esto lo ratificó su hermano mayor, un mastodonte de 1,90 de estatura que de primas a primeras me dio una tranquiza que no veas, el cabròn me golpeó a placer y ya en el suelo me pateó como un futbolista profesional. Cuando yo estaba todo madreado, antes de irse me dijo: “para que se te quite andar de encimoso, grandísimo pendejo”.
—Estuvo gacho.
—Sí, comprendí que el matrimonio no es para mí, mejor me hice cliente del afamado burdel de doña Mariquita, con bellas hetairas que seguido las cambia. Es caro, pero agradable.