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Dejé mi oficina la mañana del Martes.
Salí de la cochera del edificio ascendiendo la rampa. El Audi, silencioso, me permitía disfrutar de la bossa nova.
En pocos minutos quedaba atrás el barrio de Puerto Madero de Buenos Aires, y yo ponía proa rumbo a la ciudad de Paraná.
Debía cerrar un contrato con nuestros socios locales por el mantenimiento del Túnel Subfluvial por los próximos cuatro años.
La autopista número nueve se encontraba despejada a esas horas.
Había salido demasiado temprano. Decidí desviar en Zárate por la ruta doce, luego la catorce, y finalmente acercarme a Paraná por la ruta provincial 18.
Por una pequeña congestión de tránsito opté por dejar la ruta catorce a la altura de Ceibas. Había allí una estación Shell con unas mesitas que daban a un campo en la parte trasera.

Aunque solía sobresalir de la media social frecuentando determinados lugares selectos, a veces gustaba de practicar un bajo perfil mezclándome con la gente.
Descubrí al sentarme con mi café a unos cuantos animales curiosos que retozaban cerca del alambrado.
Ñandúes, cabras, vacas, llamas y ovejas formaban parte del paisaje mientras leía mi periódico. Realmente inusual para mí.

“No alimente a los animales” – rezaba el cartel.

-Sí, justo. Eso nunca va a pasar – me dije socarrón.

Luego de leer un artículo muy interesante sobre empresas extranjeras en la región, me sonreí al ver a una pequeña ovejita que estaba de nuestro lado del alambrado cortando el pasto con sus dientes, muy absorta en la tarea.

Volví a la sección de chistes del diario, mientras terminaba mi medialuna.

De pronto, me topé con su mirada.

Un burro se había acercado al alambrado y me contemplaba sin más de una forma que me perturbó.

Desde joven había desarrollado un estilo de relación en el que manifestando suficiencia y seguridad solía incomodar a la gente que terminaba sintiéndose insegura ante mi presencia. Me regodeaba por el poder de mi mirada.

Ahora mi mente intentaba reírse del abismo que separaba la inteligencia del animal con la mía, pero extrañamente yo era quien estaba incómodo.
Me pasé la mano por mi rostro, ensayé una sonrisa burlona que no me creí, para finalmente volver a mirar al burro.

Éste seguía mirándome igual que al principio.

Me molesté. Le lancé una mirada fija que sostuve con malicia.

Nada.

Imaginé a la bestia intentando manejar el Audi, o firmando un contrato millonario, con la intención de obtener una carcajada liberadora, pero no pude sentirme mejor.

Aún más incómodo me sentí cuando una mujer muy guapa sentada con su hija muy cerca de mi, comentaban sobre el animal sin siquiera mirarme.

-¿Viste Cami el burrito?
-Sí, mami, es re lindo.

-¿El burrito re lindo? Qué mal gusto, por Dios – me dije en medio de mi frustración.

La bestia continuaba apuntando en mi dirección.

Podría haberme levantado para continuar el viaje hacía rato ya, pero algo me detenía allí.
Este ser inferior de cuatro patas, con una leyenda gigantesca sobre la falta de sus capacidades mentales lograba provocar en mí una sensación desagradable.

No iba a dejarme pisotear por nadie. Nunca sucedió tal cosa.

Me sentía desafiado, porque el bruto burro ¡No retiraba su mirada cuando recibía la mía!

Nunca me había pasado. Y era una sensación insoportable.

Algún resquicio de razonabilidad en mí me susurraba:

-¿Pero por qué no te vas a la mierda y seguís con tus cosas?

Pero no. Mi orgullo quería poner las cosas en orden.

Hacía quince años que había dejado el cigarrillo. No pude más y entré a comprar un atado.

El animal se entretenía ahora observando como yo intentaba recordar la forma de encender un cigarrillo con elegancia.

Aunque estábamos separados por unos cinco metros, expiré con la intención de llenarle la cara de humo.

La mujer en la otra mesa me observó por fin y dijo:

-¿Un poco nervioso, tal vez?

Nunca hubiese desaprovechado una oportunidad así para entablar una agradable conversación con una belleza semejante, pero en mi estado solo atiné a decirle:

-Se encajetó conmigo el pelotudo.
-¿Cómo…? – me preguntó extrañada.
-El orejón, ese que está al pedo como cenicero de moto. Se cree no sé que mierda. Y mejor que no diga nada porque lo surto.
-Quiero creer que no estás hablando del burro… - dijo como esperando lo peor.

En ese momento me di cuenta de la ridiculez de la situación, pero ya no podía detenerme.

La mujer pasó de la sorpresa a una tentación de risa que no supo disimular.

Un peón de campo se acercaba del otro lado reponiendo el agua faltante en los bebederos y dejando pastura para los animales.
Finalmente recaló al lado de mi oponente.

La bestia se dejó acariciar pero en ningún momento me retiró la mirada.

-Mirá mami, el señor vino a buscar a su burrito.
- Sí, ¿viste? Preguntémosle cómo se llama.
-Señor, ¿Cómo se llama su burrito? – dijo con inocencia la pequeña.
- Jacinto – dijo el gaucho como si en lugar de estar al lado de una bestia maliciosa hablara de un viejo amigo.

Toda la conversación transcurría sin que el duelo de miradas asesinas perdiera vigor.
Comencé a sumar a mi actitud toda clase de pensamientos ofensivos que le transmitía a mi oponente con la fuerza de mi intención.

-¿Cuántos años tiene? – continuaba la niña sin saber que se refería a un representante del mismísimo demonio.
- Tiene ocho años ya. Está viejo el pobre – respondió el peón.

La mirada del animal era impertérrita. Y eso consumía mis energías de a poco. Tuve que tomarme pequeños respiros bajando la mirada para retomar luego de unos segundos.

-¿Y qué sabe hacer? – preguntaba ahora la madre.

Yo no entendía por qué mierda una mujer así dedicaba su atención a un burro en lugar de fijarse en un tipo de mi clase.

Retomé el desafío y miré al animal con un odio feroz.

-Y, sabe hacer unas cuantas cosas. Aunque ahora ya no hace mucho.
-¿Se cansa? – preguntó la infante.
-No, es que desde hace unos años Jacinto ya no ve nada. Está cieguito.



Una hora más tarde firmaba el contrato con los socios de Paraná:

- Che, ¿estás bien? – me preguntó Aníbal, nuestra mano derecha en esa ciudad – Te veo como raro, no sé.
- Ehee, un día difícil, sí. Otro día te cuento.

.


.


Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 12/5/2022.




Texto agregado el 12-05-2022, y leído por 250 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
13-05-2022 Quiero aclarar que lo que se dice de los burros, es falso por completo. Son animales muy inteligentes, sólo que se empacan cuando se los quiere dominar, nada más. MujerDiosa
13-05-2022 Está muy bien escrito, sólo por la intuición lo supe de inmediato. Un beso. MujerDiosa
13-05-2022 Un cuento con un estilo Fontanarrosa. Con humor ácido. Me gustó Marillion
12-05-2022 Al inicio me pregunté si terminaría el cuento ( demasiadas descripciones) le cuento tomo el vuelo cuando apareció en la escena el burro Cuando me di cuenta, ya no seguía. y final fue de lo mejor. Abrazo buen cuento. sendero
12-05-2022 jajajaja, pobre Jacinto!, ¿cómo no te diste cuenta antes?. Me divertí con tu historia. Gracias, Marce. Saludos, Shou
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