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El aire, prisionero, se escapaba lento cuando alguien movía la pesada puerta de vieja madera con vidrio. De no ser así, quedaba estancado, pesando sus años y memorias sobre las cabezas y hombros de los parroquianos.

Sin ser un café de los elegantes, poseía cierta atmósfera interesante. Una gran barra de madera maciza con un enorme espejo biselado, destacaba a un costado. Detrás, el mismo dueño atendía los pedidos y se los informaba al adicionista en la caja. Las mesas tenían el valor de sus cicatrices. ¡Cuántos amores, peleas, risas y desengaños habrán visto en las décadas que llevaban ahí! Las rodeaba un olor pesado, a cigarros e historias.

Había una mesa en particular, ubicada en un rincón, reservada a diario para una barra de amigos. Se habían reunido nadie sabe cómo, ni para qué, ni porqué. Bah, porqué y para qué, estaba sobreentendido. Eran septuagenarios y octogenarios que no tenían otra cosa que hacer, más que reunirse en el café y pasar las horas vacías compartiendo sus vivencias cotidianas.

Otrora antiguos conquistadores la mayoría de ellos, la vida les había dibujado ceños fruncidos, sonrisas amargas, rictus endurecidos, parecían tener los rasgos esculpidos a puros hachazos. Alguno que otro, dejaba entrever una tímida sonrisa, más para quedar bien que de sincero contento. Mientras el resto mostraba el hartazgo de toda una vida embrutecida por el arduo trabajo, casi parecía que los sentimientos y emociones les resbalaban por la piel gruesa como si fuera una lluvia ajena.

El más joven, (orillando los setenta), revoleó los ojos a los “muchachos”, indicando la “mercadería” en la vereda. La había visto a través del vidrio, mientras mordisqueaba un escarbadiente temblequeante entre los labios.
Quería avisarles de la entrada al cafetín de unas “minas” que se fueron a sentar a pocos metros. Pero todos, -zorros viejos – ya las habían advertido hacía rato, algunos antes que entraran, y varios entreabrieron un poco más los ojos reptilianos, observando hasta el último de los detalles, sin mostrar ningún gesto en sus caras de Póker.

Previa sacudida del polvo en las sillas de madera, las mujeres se acomodaron. Una de ellas, llevaba un escote con la “pechuga” bien  “rostizada” al aire; se notaba que había tomado sol y quería lucirse.  
La segunda, no sabremos jamás qué cara tenía originalmente, se había hecho tantas cirugías y aplicado tanto “Botox” y Colágeno, que realmente quedó convertida en una cara de plástico poco natural. Incluso tenía los ojos muy extraños, eran como esas bolitas de vidrio con las que jugaban los chicos años atrás, parecían no tener iris, con los colores borrados y acuosos.
La tercera y última, parecía ser una mujer seca por dentro y fuera. La piel se mostraba totalmente deshidratada, cuarteada, como esas tierras áridas que vemos en algunas fotos. A lo largo y a lo ancho, la cruzaban líneas y más líneas. Cada uno de sus poros estaban dilatados, como agujeros negros del espacio soñando con absorber y pidiendo a gritos, todo el agua del Planeta. La lengua sequísima le impedía tener una dicción correcta. A los costados de los labios partidos, mostraba surcos profundos como a veces se da en el Sahara. Daban ganas de abrirle la boca de prepo y echarle cinco damajuanas, pero por Dios, ¿porqué no tomaba agua?

Se acercó el mozo –pantalón negro bien lustroso por el uso, chaqueta que de nueva fue blanca, zapatos negros deslustrados– se acercó arrastrando los pies, portando en su antebrazo izquierdo, una servilleta del mismo color grisáceo que la chaqueta. Las mujeres pidieron té con limón, mientras miraban de costado haciéndose las indiferentes a la mesa de la barra, que sólo tenía un vasito de agua de la canilla por cada comensal, (jamás pedían nada y el dueño les dejaba estar, sólo para hacer “número”).

Uno del grupo, precisamente el del escarbadiente que para ese entonces, llevaba mordido hasta la mitad, miró directo a los ojos, fijándose en el escote de la pechugona. Paseaba la mirada con tanta intensidad como si fuera una mano, bien lentamente y con tal lascivia, que la “rostizada” se puso pálida, (parecía dispuesto a violarla allí mismo frente a todos), quiso aparentar frialdad y sólo mostraron sus nervios, unos finos hilos de transpiración, marcando el rostro blanco, como si fuera el mapa de algún sitio mortuorio.

Llegaron los tecitos con limón y las señoras se dispusieron a tomarlo mientras cotorreaban de lo lindo. Que si la peluquera, que el médico, que si la mucama...En eso estaban las tres, cuando aparecieron en escena, sus respectivas parejas. Unos hombres cincuentones de buen ver y abultadas billeteras, trajeados y seguros, se acercaron a la mesa de las “chicas” con paso firme, sentándose de inmediato.

La mesa de la barra, que había pasado por sucesivas etapas, (del silencio calculador mientras sopesaban a las “minas”, a la charla animada, las sonrisas sobradoras y los guiños de sus ojos que mantenían algún que otro rescoldo sin apagar ), volvió de pronto al silencio más aciago.

Las parejas comenzaron a reír de los chistes sabrosos de uno de ellos, poniendo una nota cantarina de color en la monotonía grisácea del café.
Los ojos encendidos y las risas cada vez más sonoras, mostraban bien a las claras lo mucho que estaban disfrutando. A los pocos minutos pidieron tres botellas de vino blanco bien helado, disponiéndose a seguir pasando un muy buen rato.  

Pareció que a los integrantes de la mesa de la barra, les hubiesen echado una jarra de agua helada, apagando del todo aquellas brasitas que humeaban todavía, cantando pasadas victorias. Parecieron aplastarse más y más, hundiéndose lentamente en las pobres y viejas sillas, en una ignominiosa, secreta, e íntima retirada.



Términos en Lunfardo: (El lunfardo es una jerga originada y desarrollada en la ciudad de Buenos Aires, capital de la República Argentina).

Barra: Grupo reunido con un objetivo común.
Mina: la mujer que por su edad y aspecto, está en condiciones de ser sexualmente deseada.
Pechuga: dícese de los pechos.
Rostizada: carne asada, cocimiento largo.
Prepo: Imponiendo voluntad.


                                                               *****

Texto agregado el 11-05-2022, y leído por 233 visitantes. (14 votos)


Lectores Opinan
20-05-2022 Pobres hombres añosos,que siempre aspiran tener algo que los haga sentirse vivos. Me dio pena por ellos,pues los describiste tan bien como a las damas que no iban a conquistar a nadie porque ellas tenían sus parejas. Lo imagine todo a través de tus palabras. Reí al imaginar a la pechugona... Te felicito Diosita***** Un besito Vic 6236013
20-05-2022 Qué buen ambiente recreaste. Mientras te leía, me sentí espectadora de aquella barra y sus integrantes. Felicitaciones. Un abrazo, Sheisan
19-05-2022 Me encanta tu manera de narrar y la forma tan nitida de como contaste el cuento. Felicito tu estilo literario *****Un abrazo! Mayte2
19-05-2022 Pintas, con escuela, una escena vivida a ratos jocosa a ratos en tonos sepia. Gracias por tu comentario. verliebt
14-05-2022 Todos siempre se sienten aun poderosos, hombres Machos, pero el tiempo pasa para todos aunque no se quiera creer, en fin, la barra buscando sentirse aun capaz de hacer lo que desea, luego la frustración los deja un rincón apagados. Las mujeres pintando un tiempo también lejano, buenísimo relato Diosita.***** Abrazo Lagunita
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