EL INÙTIL

Alas negras en mi mente

“Mi yerno lo que tiene de guapo lo tiene de inútil”, dijo mi abuela.

Quién era yo en este mundo. Al principio no entendía nada y quizá ahora tampoco entienda nada. Lo único que sé, es que soy otro; el abogado Luis que me precedió, tan huraño, tan tímido ya no existe, hoy soy un anciano tranquilo, pero aún tímido, Me siento actual.
Antes de cualquier extraño mi madre destrozó mi corazón, ahora tengo para mis inviernos acumulados: dificultad para caminar, debilidad muscular, problemas del habla, movimientos involuntarios de los ojos, escoliosis, severas palpitaciones, el futuro de mi cuerpo.
Mi padre, “el inútil” tal era su apodo, se echaba al mar, en un océano de Bacardí blanco y navegaba sin tripulación y sin dios. A los ocho años deje de verlo, al parecer dijo “no tardo” y nunca volvió. Imaginé al cadáver de mi papá flotando en medio del Atlántico.
Mi madre, brillante abogada, socia de un famoso bufete que según los periódicos se dedica a defender capos y es un lavadero de dinero. Las leyes de la herencia son extrañas. Mi madre al percatarse que yo había heredado la apostura de mi padre, pero desgraciadamente no la inteligencia de ella, pensó que yo era una mala idea. Una triunfadora no podía tener un hijo tonto, me recibí de abogado gracias a ella, me hizo mis trabajos y la tesis que mereció mención honorífica. En el bufete sólo era el mozo de los recados. Mi madre cuestionaba cualquier cosa que dijera, me volví, huraño y tímido. A la horda de terapeutas y psicoanalistas por los que he peregrinado desde niño, la temprana desaparición de mi padre que en sus ratos de abstinencia me acariciaba. El psiquiatra que me dijo: “estás sano, tu madre es la psicópata”.

“Médico pendejo, comentó mi madre, que la mancha que me salió en la espalda es un melanoma maligno. Iré a Estados Unidos a la Clínica Mayo donde están los verdaderos médicos”.
Ningún adjetivo se ha usado tanto para definirte mamá y ninguno se repitió tanto en los obituarios que abundaron sobre ti durante esas semanas en que el mundo entero parecía echarte de menos.
No tuve necesidad de declarar el intestado, desde tiempo atrás todas las propiedades, el dinero y las cuentas en las Bahamas y en Aruba, paraísos fiscales, estaban a mi nombre, servía de tapadera y presta nombres a las tranzas de mi progenitora.

Al fin supe que había pasado con mi padre, en un grueso cuaderno donde la abogada apuntaba sus trapicheos en la primera hoja escribió:
“Hoy me deshice del inútil”.