Al hombre le gustaba comprar revistas para adultos, de ésas donde aparecen bellas mujeres desnudas mostrando todos sus atributos. Se deleitaba mirando sus páginas con lascivia, mientras gozaba practicando el onanismo. También por la calle se detenía a mirar con descaro a todas las mujeres que “le cuadraban el ojo”; por supuesto, no dejaba de lanzarles palabras y piropos vulgares. Quienes lo conocían bien, no lo toleraban de buena gana, siempre que podían le sacaban la vuelta. Eres un asco, un sátiro, le repetían a cada rato; él no hacía ningún caso, ni creía en esa patraña absurda de que era un sátiro. Hasta que una mañana al despertar, se sintió extraño, comprobando con terror que de la cintura para abajo, ahora tenía cuerpo y patas de cabra, sus brazos y torso estaban cubiertos de un vello espeso. Y al mirarse al espejo, pudo observar con claridad un rostro torvo, con las orejas puntiagudas y un par de graciosos cuernitos, que le nacían sobre la frente.