Es una mosca enorme, de esas grandes que llaman “panteoneras”, que zumban, pasan y repasan junto a ti. No sé de dónde ha llegado ni cómo se ha metido a la casa, pero el molesto zumbido que produce me tiene mareado. Intento escribir; sin embargo, no logro concentrarme con el ruido que produce el molesto insecto. Me levanto de la silla donde estoy sentado y voy en busca del matamoscas. Ya tengo alterados los nervios, ahora estoy dispuesto a convertirme en un sádico asesino.
Me encuentro en tensión, atento al vuelo de la mosca, ella pasa de aquí para allá una y otra vez, mientras lanzo mandobles arriba, abajo, por todos lados sin poder pegarle; parece reírse de mí, es más, casi puedo asegurar que se está riendo de mi inútil esfuerzo por atraparla. Se ha parado sobre la pantalla de mi lap top, frente a las pocas líneas que estaba yo escribiendo, parece retarme. Se ha quedado ahí quieta, como esperando que ensaye un nuevo golpe; pero no lo voy a hacer, no soy tan tonto para intentar golpearla ahí, con el riesgo de dañar el instrumento con el que trabajo.
Rosa Ana también se ha dado cuenta de la situación, de la desfachatez del insecto zumbón, llega con sigilo detrás de mí, con periódico doblado en mano y sin darme tiempo de nada ni tampoco a la mosca, le asesta un terrible periodicazo que la despanzurra en parte y la manda al valle de las calacas en un instante. Ella no ha tenido ningún empacho en hacerla puré sobre la pantalla de la lap top. Con la seguridad que la caracteriza me dice:
- ¿Ves lo fácil que era?, ya solo limpia tu pantalla y deshazte del cadáver.
Y se va como si nada. Yo, me quedo pasmado, con la sensación latente de ser un perfecto idiota.
|