Este es otro texto antiguo.
Hay mucha ingenuidad en tus textos, me dijo un buen amigo hace ya algún tiempo. No me enojé por ello. Ahora (quizás ha mejorado mi percepción) alcanzo a vislumbrar que es cierto. Cuando escribo me siento al desnudo, como el niño que ha cometido una travesura y piensa que en cualquier momento lo van a descubrir, a regañar. Tal vez por ello hay excesiva timidez, chabacana inocencia y mucha superficialidad en lo escrito; porque así lo siento, al tratar sobre cualquier tema, todo parece quedar flotando, sin profundizar, sin aterrizar las ideas en el fondo de las cosas, sin un verdadero sustento que haga llorar silenciosamente al lector, reír con estridencia o sentir que comprende el mundo a través de mis palabras.
Me preocupa no ser comprendido, por ello escribo de manera explícita, tratando de no ser oscuro en los conceptos, en el sentido de las palabras, en el estilo. Azorín decía: “estilo oscuro, pensamiento oscuro”. Y la verdad es que muchas veces en la cabeza no hay demasiado orden ni concierto y que bastantes ideas vagan desparpajadas, desarticuladas, revueltas, sin llegar a concretarse del todo. Entonces tratando de meter orden, las palabras y las ideas huyen presurosas hasta el rincón más perdido de la mente y se afanan en no fluir por ningún motivo.
Cuando se toma un libro y se lee, la magia de lo leído debe saltar de inmediato, aparecer en cada palabra del que escribe: en una cita, en un verso, en una metáfora, hechizar (sería el término exacto) con la visión particular que cada escritor tiene del universo. No hay tal hechizo en lo que escribo; no lo digo haciéndome la víctima o dándome golpes de pecho para inspirar compasión. Lo único cierto es lo que queda escrito, el valor que realmente pueda tener un poema, un cuento, una novela, un ensayo, aunque en ello influya enormemente la percepción y el conocimiento de cada uno de los que leen.
No quiero que mis textos conformen una perfecta y gruesa pista de hielo, que no permita ver más allá, sin saber si debajo hay más de lo que aparenta la superficie, si bajo esa gruesa y perfecta capa nívea, pulula la vida, con sus goces y sinsabores, sus momentos chuscos, el amor en todas sus formas. No importa si mis textos pecan de ingenuos, lo que podría importarme es que a quien lee, puedan aportarle algo, el gusto por mirar caer lentamente una hoja seca a mediados del otoño mecida suavemente por el viento, estremecerse con el sufrimiento de un niño hambriento, enfermo, falto de oportunidades para ser feliz. Si al escribir soy ingenuo, es un proceso inconsciente, natural, que espero mejore con el paso de lecturas inteligentes de escritores que me devuelvan el mundo como una iluminación, con una luz que no se apague, que perdure, que me indique el camino que me lleve al amor, a la dicha, a la esperanza.
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