Bajé corriendo las escaleras que llevaban al andén de la estación subterránea. Luego de quedarme haciendo horas extras en el trabajo, de pronto caí en la cuenta de que tal vez quedara solo una última formación antes de la finalización del servicio.
Mis zapatos de tacones altos no ayudaban y menos aún cuando uno de ellos se rompió.
Una sonora puteada rebotó por las paredes mientras me descalzaba y seguía así con los zapatos en mi mano derecha.
Escuché venir a mi transporte salvador chirriando en la curva previa a la estación Diagonal Norte.
Logré pasar el molinete. Dejé caer mi tarjeta sube al acomodar la tira de cuero de mi cartera, pero como la puerta del vagón ya se abría frente a mí, no hice intento alguno por recuperarla.
Salté literalmente dentro del vagón asegurándome de no quedar varada casi a la medianoche en una solitaria estación.
Mi respiración estaba bastante agitada. Me desplomé sobre un asiento y agradecí al cielo por poder lograrlo.
Ahora marchábamos rumbo a la estación Retiro. Allí haría trasbordo al servicio de trenes con destino a la estación Belgrano R.
Me agradó que en el vagón hubiese más pasajeros, aunque pronto noté que eran todos obreros del servicio de mantenimiento.
Aunque el servicio subterráneo de la Línea C es particularmente ruidoso, me las arreglé para comentarle algo a uno de ellos.
-Qué tarde que terminan la jornada.
-Noo, señorita. Ahora comenzamos. Servicio nocturno – contestó con simpática sonrisa, aunque le faltara un diente.
-Aaaa, claro - dije sorprendida.
Pasamos por las estaciones Lavalle y San Martín sin que la formación se detuviera en ninguna de ellas.
Me puse un poco nerviosa por eso, pero me tranquilizó pensar que la Estación Retiro era la siguiente, fin del recorrido y mi lugar de destino.
Pero el tren se detuvo antes en una zona intermedia y oscura. Las puertas se abrieron y los obreros comenzaron a descender.
-Ay, espero que siga hasta Retiro. Porque sigue, ¿verdad?
-No señorita. Este tren es para transporte de los obreros. El servicio de pasajeros terminó hace media hora ya. La verdad, no sé como subió usted – contestó el hombre.
- Porque estaba en Diagonal Norte. Ahí paramos para que suba Fernández, el Capataz – dijo otro.
-¿Y ahora qué hago yo? – dije entrando en pánico.
Los hombres se miraron y uno de ellos sugirió:
- Venga. Venga con nosotros que en la obra hay una escalera de salida que usamos a veces para comprar cigarrillos arriba en la avenida.
Tuve el impulso de llamar a Betty, mi amiga, pero no había señal allí abajo.
-Descalza no va a poder caminar por aquí, mire. Se puede cortar o doblar el pié. ¡Chulo, préstale tus zapatillas a la señorita hasta que lleguemos a la escalera de emergencia!
El Chulo en cuestión, era un hombre bajo como de mi estatura realmente muy guapo.
-Mire, las compré esta tarde, antes de venir. Están sin uso – me ofreció servicial.
No podía creer todo lo que me estaba pasando. Sentía una mezcla de miedo, asombro y vergüenza.
Una mujer sola, caminando con obreros por los túneles del subterráneo de Buenos Aires a la medianoche.
Caminamos por una semi penumbra sorteando piedras, maderas, herramientas y alambres.
Pronto estábamos frente a la escalera que me llevaría hacia la libertad.
Era una escalera vertical como las que se ven en los buques en las películas. Los escalones eran barras de hierro redondos algo engrasados.
-Suba usted primero. Si se resbala yo la atajo, dijo diligente Chulo.
Comprendí que no era momento de elegir opciones. Unos veinte metros más arriba me esperaba la libertad.
Me aferraba lo mejor posible a los barrotes sabiendo que mi minifalda probablemente ya no fuera tan blanca, y ni hablar de los pensamientos de quien venía detrás de mi.
Llegamos al final de la misma. Una tapa redonda esperaba ser abierta. Intenté empujarla pero parecía trabada.
-Espere, que tenemos el palo para abrirla – dijo y manoteó un palo de escoba, lo afirmó en el metal y abrió la tapa hacia arriba sin esfuerzo.
Ya puede subir – me dijo.
El piso de la vereda estaba muy alto desde el último escalón. Podía apoyarme pero no tenía la fuerza para darme el envión.
-Me va a tener que ayudar, Chulo – confesé.
- Le puedo dar un empujón fuerte para que suba fácil, pero tengo que apoyar mi mano en donde yo sé que no le va a gustar, mire…
- Dele no más, Chulo – dije entregada.
Sentí su mano abierta en mi nalga derecha mientras mi cuerpo se elevaba hasta estar por encima de la línea de la vereda.
El resto lo logré con mi esfuerzo.
Ya haciendo pie en la civilización me saqué las zapatillas y le dije avergonzada:
-Muchas gracias, Chulo, tome. Es muy amable.
- Ahaaa, y podría ser mucho más amable, pero mejor me callo. Que tenga una buena noche señorita – dijo y cerró la tapa.
Mi cara estaba roja de vergüenza, pero muy agradecida por estos hombres. Me acomodé el pelo, aunque la grasa de mis manos se trababa al deslizarla por mi cabello.
Suspiré aliviada y acomodé los zapatos dentro de mi cartera.
-¿Cuánto me cobrarías por una alegría esta noche bombón?
La pregunta vino desde un automóvil detenido en la avenida frente a mí.
Un hombre esperaba mi respuesta con su ventanilla baja.
-¡Idiota! – le dije sin más.
El sujeto partió, mientras yo notaba la mano de Chulo estampada en mi trasero.
Me dispuse a caminar hacia la estación de tren.
Unos cien metros más adelante, dos travestis ofrecían sus servicios nocturnos.
Al pasar a su lado, uno de ellos comento:
-Pero este pimpollo es nuevo. Nos va a robar toda la clientela.
- Callate tonta. Ella no es del gremio.
- ¿Ah, no?
- No. No la incomodes, que ha de tener sus problemas.
Miré a este último, y le susurré un:
- Gracias.
Pase frente al Sheraton, hecha una bruja. Crucé la plaza, divisando ya la estación de tren.
Era la 1:30 de la mañana. Los trenes circulaban hasta las 2:00 hs. Podría tomar alguno.
Sabía que las miradas hacia mí indicaban lo mal que me veía, pero traté de tomármelo con calma.
“Ultimo tren a J.L.Suárez” 01:35 hs en andén 4.
Aún faltaban 5 minutos para la partida.
Llegué al tren, me introduje en el último vagón y me senté del lado de la ventanilla.
Del otro lado del pasillo un grupo de personas estaba ocupado con algo que no se qué era.
-Relájate, relájate. Así, eso es. Te llevaré al mundo de los espíritus. Hablarás con ellos. Recibirás su mensaje.
Una especie de médium hacía entrar en trance a una señora de unos cincuenta años.
Ambas estaban rodeadas por un grupo de cómo seis personas.
No sé por qué pero la luz del vagón fue decreciendo hasta quedar los focos con la intensidad de una vela.
Yo me sentía tan agotada que no tenía la menor intención de cambiarme de vagón.
La médium seguía con lo suyo:
-Aquí llegan los espírituuuuus. La energía es baja, muy baja. Son espíritus oscuros.
Tus visitas esta noche llegan desde las fuerzas del mal.
La tenue luz del vagón, temblaba a la par de la voz de la mujer.
En un primer momento todo me dio mucha gracia y tuve el impulso de llamar a Betty.
Pero cuando miré el celular su luz crecía y decrecía a la par de la luz del vagón y la voz de la médium.
-Ahaaaaaaaaa…!!!!! Gritaron todos los de la rueda. Estaban tomados de la mano con los ojos cerrados.
El tren se ponía marcha.
-Incumpliste la promesa, Teresaaa. Deberás pagar. Tu vida nos perteneceee- gritaba la medium.
El reino del mal descenderá sobre tiiiiii…!!!
El tren avanzaba rápidamente.
De pronto uno de los del círculo tomó muy fuerte mi mano derecha.
- ¡¡¡Tu alma ahora nos perteneceeeeee ¡!!
- ¡¡Ahaaaaaaaa!!- gritaban todos temblando y haciéndome temblar.
Mientras pasábamos junto al hipódromo de Palermo, el vagón parecía una cueva de ultratumba.
Nos detuvimos un instante en la estación Tres de Febrero. Por unos diez segundos un silencio cubrió todo el lugar.
Pero en cuanto el tren se puso en marcha:
--El reino del mal está aquíiiiiiii!!!!!!- gritaban todos.
No soltaban mi mano, y yo no paraba de temblar junto con ellos.
No sé cuánto tiempo pasamos así hasta que de pronto vi que llegábamos a la estación Belgrano R.
-¡Suélteme! ¡Suelten le digo! - le grité al hombre que aferraba mi mano. Forcejee con él hasta lograr que me soltara. Estaba como obnubilado.
Salte hacia el andén mientras el tren ya retomaba la marcha. Me deje caer sobre un banco del andén.
Tres perros dormían allí. Dos de ellos se sobresaltaron al verme, y se marcharon.
El tercero me miró atentamente. Parecía leer mi energía. Volvió a recostarse pero sin dejar de observarme.
Me levanté luego de unos minutos más calmada. El perro se puso de pie expectante.
-¿Vamos? - le dije.
No dudó y comenzó a caminar a mi lado.
Varias llamadas pérdidas de Betty indicaban su preocupación.
-¿Dónde estás, bonita? – decía su último mensaje.
-Salí a pasear el perro.
-Pero sí vos no tenés perro.
- Ahora sí – le puse con una carita sonriente.
Por mirar el teléfono mientras caminaba descalza pisé una piedra y me doblé el tobillo. Quedé dolorida sentada en el cordón de la vereda, con el perro a mi lado.
Un carro empujado por dos cartoneros se aproximaba mientras revisaban los tachos de basura. Al pasar a mi lado uno de ellos preguntó:
-¿Qué pasa, mami? ¿Una mala noche?
-Me doblé el tobillo – contesté resignada. Mi teléfono ya no tenía batería a esas alturas de la noche.
-Uuuuu, mal ahí – dijo sincero.
-Se miraron con el otro por un momento.
-¿Muy lejos estás de donde vas?
- Dos cuadras, pero por ahora no puedo camin…
-Ahaaaa, hubiéramos empezado por ahí. No hay problema mami. Te vamos a hacer el Uber medio rasca.
Antes de que yo reaccionara me levantaron entre los dos y me depositaron arriba de la pila de cartones que tenían en el carro.
- No, no no, pero…
- Es gratis mami. Dos cuadras de flete no se le niega a nadie.
Y allí iba yo aferrándome a la baranda de fierros para no caerme.
- Vos andá diciendo, ¿sabés? A la derecha, a la izquierda. Stop. Vos manejás desde arriba.
Llegamos bastante rápido a la puerta de casa. Me bajaron de la misma forma en que me habían subido. Me depositaron en el umbral, mientras Betty se corría mirando la escena con la cara abierta de asombro.
- ¡Esperen, que les doy algo! – Alcancé a decirles.
- No pasa nada, mami. Tranquila. Nos vamos que la noche recién empieza.
Betty seguía con la mandíbula inferior caída. Trataba de balbucear algo que no se entendía. Seguramente nunca se hubiera imaginado ver a su amiga regresar a casa en mi estado y en ese medio de transporte.
Antes de que ella pudiese expresar algo coherente, el perro y yo ya estábamos adentro de la casa. Ella fue la última en entrar.
- Esto no me lo van a creer – logró decir finalmente - Andá a darte un baño por favor. Y al perro también. No sé cual de los dos huele peor.
Encaré rumbo a la ducha, seguida por el pichicho.
-¡Se está metiendo en la ducha con vos! – gritó desesperada.
Yo largué la carcajada y dejé que se metiera.
Salimos limpios y perfumados como una hora más tarde.
-Me habían dicho los chicos que vos eras demasiado controlada. Siempre equilibrada. Nunca un desborde. Y que un buen día ibas a explotar. Yo no les creía pero… No creas que te voy a juzgar. Sos mi amiga, pero no estás obligada a contarme.
Me divertía mucho la situación. Betty se moría por saberlo todo. Finalmente le dije haciéndome la misteriosa:
-Bueno. A vos te lo puedo contar, pero por favor que no se te vaya a escapar de aquí.
Ella hacía señas con la cabeza de que no, mientras me miraba muy concentrada.
- La verdad de lo que me pasó es que, decidí hacer unas horas extras en el trabajo. Y eso no se va a volver a repetir.
Bueno, me voy a dormir – le dije mientras la acompañaba a la puerta.
Se quedó como atragantada, pero sabía que al día siguiente le contaría todo.
No pude llegar a la habitación. Me quedé tendida en el sofá porque el sueño ya me ganaba la partida...
Pichu cerró sus ojos a la par que los míos.
Un último pensamiento vino a mi mente antes de sucumbir:
- Ahaaa...Hace mucho que no me divertía tanto.
.
.
Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 2/5/2022. |