¡Ay, diosa!
Por arrancar tus húmedos suspiros,
por excitar tu deseo de ser vista,
por rendir tu dignidad
y verte esclava de la caricia
de mis ingles,
devota de la brusquedad
de mis manos inmediatas
conjugada con sutiles besos remolones
y sinuosos dibujos de saliva,
por hacerte sonreír con agarradas
y gemir con empujones...

...moriría.

Yo moriría, diosa...

...si no fuese ya por cima
de morir por estas cosas.

Es igual:
ríndete y dámelas todas.

Y dame también tu risa
y tu viva inteligencia
y la mirada con que creas este mundo
y de tu mar, dame también todas las olas
y de tu reloj, las horas todas.

Dame en fin tu esencia. Sea mía.
Que se amalgame, si es que puede,
con el metal maldito
que forja mi vida.