Correr teniendo como rival a un fantasma es caso perdido. Pero lo hago, sumido en el apoltronado asiento del chofer y aprieto los dientes dispuesto a protagonizar tan singular desafío. Entretanto, te veo entreverada con tus amigas, dulce y pequeña, de cálida mirada de un penetrante color azul, los ojos, no su mirada, que lo trasciende todo y pareciera fijar su punto de mira en un lugar remoto. Creo que somos amigo, sólo lo creo porque no existe un acuerdo tácito y sólo confío en las señales que me brindas, acaso una sonrisa angélica que acorta distancias y dulcifica mi ego.
Las cosas se complican, ¿qué duda cabe? No sé conducir un vehículo y este desafío que nace en las entrañas de lo oculto me aturde y me angustia. Pero, ¿importan las reglas cuando lo difuminado es lo que impera bajo estos cielos irresolutos de una media tarde ajena?
Amigos, no tengo, sólo un puñado de conocidos que aguardan y sonríen sin que un asomo de compromiso cambie los rasgos de su difuminada faz.
¡Antes que llegue la noche! Es un grito distorsionado que culebreó entre sepias y sombras y se timbra en mi oído. O en el de los demás, pero eso lo ignoro y mis esfuerzos se concentran en desentrañar dicha frase. ¿Estoy inmerso en las lenguas de una trama o sólo es la casualidad la que moldeó algunas sílabas deshiladas para transformarlas en sentencia? La duda me corroe el pecho en forma de ascuas.
“Conducir un vehículo requiere de práctica. Primero, lo primordial es reconocer la arquitectura de quien te permitirá movilizarte”. Esa frase me punza las sienes. Sólo veo el volante, una rueda envuelta en cueros y plásticos fosforescentes y esos pedales que parecieran estar prestos para ser pulsados. O Pisados, eso digo, por mis pies trémulos. Lo demás, lo ignoro como ignoro a ese rival que se refocila en la quietud de sus sombras.
Te aproximas, pequeña y leve, todo ojos, sobre los míos. ¿De qué hemos conversado? Has reído, sí, acaso por la fatuidad de mis palabras. La hermosura es algo que se clava en los ojos gracias a sus incuestionables virtudes. ¿Virtud? Acaso sólo sea el azar que moldea rasgos y que bajo nuestro concepto y de acuerdo a estándares antojadizos, traducimos juzgamos como belleza, normalidad o simplemente fealdad. ¡Crueles estándares! Pero estás a mi lado con ojos y boca sonrientes y te enhebras a mi paso quedo y preocupado. Ya no tanto, si siento el calor de tu presencia y tu mirada gatuna sobre mis ojos que comienzan a perder lo sombrío. Nos dirigimos a algún lado, acaso a mi departamento. Mi pulso se acelera y encabrita y cuesta disimularlo. Eres mi amiga, ¿lo eres? Todo es tan supuesto en este instante. Pero me atrevo y colocó mi mano sobre tu hombro sin aventurar esa interjección tuya que es reflejo y advertencia: “Épale!” Entiendo, sólo somos amigos. Ingresamos al edificio cuya cúspide está sumergida en niebla. La contemplo, fabricando una mirada amistosa, tibia e insabora. Pero tus labios sonrientes deconstruyen cualquier teoría que hubiese creado para mis adentros. Eres indescifrable en esta nadedad sin horas.
Arriba, casi rozando las nubes, llegamos a tu departamento. Abres sin dilación la puerta acerada y adentro todo es oscuridad. Ingresas y yo te sigo a ciegas. Todo huele a humedad y me presiento dentro de alguna tumba. Escucho tu voz mínima que rebota en todas direcciones. Mis ojos se amoldan a las sombras y capto una silueta. Me reconozco y me aterro, pero es algo trivial: enfrento un enorme espejo que multiplica las sombras.
Te escucho pasear por las habitaciones con tu pie ligero. Te grito: “¿No hay luz en este lugar?” Una risotada me responde y se me hiela la sangre. Mis pies reculan por simple acto reflejo, quisiera salir de este embrollo de sombras y misterio, pero tus pasos repican en la oscuridad y se escuchan cada vez más lejanos.
“Ve a tu vehículo y aléjate”. Es imposible identificar quien pronuncia estas palabras que conllevan una orden y al parecer, una advertencia. Temblando, busco la puerta pero en las sombras esta se mimetiza y me es imposible dar con ella.
Un grito atroz emergido al parecer desde el vientre mismo del averno y la puerta que se abre en el mismo instante, me permiten arrojarme desesperado por las escaleras.
Ya estoy en el vehículo y aprieto el acelerador con el impulso de mi propio terror. Y este se desplaza raudo por veredas grises que tienden a oscurecerse sin que yo tenga noción alguna de su conducción. Me alejo de ese lugar extraño y te recuerdo, pequeña y de ojos gatunos, perdida en los repliegues de algún día horrible. Diez años que ya no existes. Corro con un fantasma y sé que es carrera perdida.
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