Sería de mañanita, no lo preciso. Pero no estaba preparado para escuchar aquello. Y es que todos somos el producto de la fusión de dos cuerpos. Siendo el nacer una continuación de la marcha iniciada 270 días antes. Pero que es seguida por un trazado que tal vez, no nos sea ajeno.

Aúnque parezca extraño, lo aprendido durante el tiempo ido, no me preparó para pensar que lo dicho a su hermano, no debí compartirlo. Y sin dudarlo sé lo comenté. Sin tampoco imaginar el reproche suyo. ¡Bueno! Más que reproche, fue un duro regaño.

“No todo lo que sabes de mí ---me masculló al oído--- sé lo debes confiar a él. Y menos lo que involucra a esa chica. Y peor, en una casa que es morada santa. Y refugio, cómo sé estila, de unas andanzas de torpe edición. Dónde él fue el protector del rostro oculto”.

¡Pero me decidí a hablar claro! Me harté ya de su hipocresía y lo deprimente del camuflaje. ¡Mejor mírate y mírame verla perderse dentro de su vestido de rayas cremas por las vueltas de la calle Bonó! Y qué no paró al atravesar el mercado de la Castillo. Rozando, incluso el puesto de vegetales de los Tavárez, hasta rodar ya sin ropas, sobre las hierbas del patio de la casa de la Pangola.

¿Entónces, ahora me pides que lo calle? ¡Lo siento, pero nó sé vá a poder!