Alberto acaba de cumplir hace pocos días sesenta años, así que acude a la dependencia indicada para tramitar su credencial del INAPAM (Instituto Nacional Para Adultos Mayores). Entrega los documentos que le requieren, le toman una foto y un rato más tarde le entregan su flamante credencial.
Saliendo del lugar, en la calle, a solo unos pasos del edificio donde ha realizado el trámite, ve a poca distancia suya, una muchacha joven al parecer, vestida con pantalones, chamarra, cubrebocas y botas negras; se halla entretenida tecleando en su celular, seguramente enviando un mensaje. Alta, delgada, de cuerpo deseable, impacta con su figura a Alberto, quien se detiene a admirarla. Ella no se da cuenta que la miran, que alguien ha reparado en su persona.
Alberto siempre fue y sigue siendo bastante tímido con las mujeres; pero también es cierto que cumplidos los sesenta, qué tanto miedo puede sentir de algo, reflexiona. La verdad es que la joven lo ha impresionado; haciendo de tripas corazón, decide interpelar a la mujer con la mayor discreción posible. Se acerca a ella procurando conservar la sana distancia. Surgen temblorosas las palabras desde detrás de su cubrebocas:
-Disculpe señorita, no se asuste ni se enoje, la miraba yo y observo lo bien arreglada y bonita que se ve. ¿Podría solo por un momento, permitirme ver su rostro? Creo que debe ser usted muy linda.
La muchacha lo mira sorprendida, extrañada y temerosa a la vez, inquieta ante semejante petición. Está a punto de marcharse.
-No, por favor no se vaya, - dice Alberto apresurado – de verdad solo quiero admirar un momento su belleza.
Ella duda entre irse o no. Alberto suplica:
-Por favor, solo un momento.
Por la cabeza de la chica rondan muchos pensamientos, aquel hombre puede ser un loco peligroso, un ladrón o realmente alguien interesado en admirarla.
Con muchas dudas, también con cierta timidez, ella se descubre el rostro, retirando con lentitud el cubrebocas. Alberto la mira y abre unos ojos grandes como platos: ¡es guapísima! Ojos negros de largas pestañas, nariz pequeña y fina, labios ligeramente gruesos pintados de carmín, deseables a más no poder. Sus rasgos armonizan con todo lo que Alberto se había imaginado tan solo verla.
-Muchas gracias, señorita, por no asustarse y dejarme contemplar su rostro. Soy algo viejo, pero su benevolencia me ha hecho el día. Adiós. Gracias de nuevo por ser tan bonita.
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