En una tarde extraña,
de cansancio y sed,
te tomé y te llevé,
a lo alto de la montaña,
después de un largo caminar
que comenzó temprano
por la mañana.


Te mostré
donde descansa el alma,
donde nace el viento,
donde se calma la sed,
donde se encuentra
el alimento.


Te abracé
desde la inmensidad
entre fuertes ráfagas
de viento.
Te dije al oído
que estaba contigo
para darte aliento.


Te mostré
donde nace el agua,
entre secas rocas
grises sin vida
y verdes sin ramas.
Donde es imposible
ocultarse del sol
que a toda hora baña.


¿Se te olvidó
que te enseñé a cantar
escuchando el golpeteo
cristalino del agua
sobre la piedra?
Se te olvidó
que te susurraba
amorosas palabras,
dulces armonías
en noches calladas.


¿Que tanto te ha
golpeado el mundo?
¿Por qué quieres
creer que la belleza
asoma desde la simple
casualidad?
Un evento
nunca antes visto,
irrepetible e ignorado,
perdido en el pasado
bajo millones de años
sepultado.


Un evento huérfano
que asegura tu orfandad.
El no contar conmigo,
el acomodarte a la soledad,
con muy pocos amigos.
Un evento de seguridad
que te ayuda a refugiarte,
de la dolorosa verdad,
del dolor de ser parido
de ser otra vez, herido.


¿Por qué no puedes velar
la perfecta analogía?
Que nace como un frágil
escurrir de aguas,
desde la fuerte piedra,
bajo tus pies cansados
y tu boca sedienta.


Gracia que baja
desde las alturas,
riega y escurre transformando
los corazones sombríos
en torrentes de agua viva.
Torpe corazón solitario
que anhela la armonía,
maravillarse y enamorarse
en una explosión de alegría.