¿A dónde se habrán ido algunos de mis recuerdos?
no los recuerdo muy bien, pero se que están ahí,
esperando fieles en la retaguardia de mi memoria,
por la hora de avanzar al frente de mi consciencia
en ese instante preciso entre la cordura y el desvarío,
en la más paciente y metonímica mnemotécnica.
Asidero de esperanza, fiel salvaguarda: memoria
que despierta en la celebrada epifanía a mi gusto,
todos esos recuerdos y esas lembranzas a la carta,
plácida garantia para aplacar mis agruras temporales,
alimento piadoso para mi tan desnutrida alegría
que retorna del pasado con una mueca dichosa.
Devuelve a mi mente a un otro estadio anterior,
en un apacible backup restaurador de mi espíritu,
encontrarme a mí mismo desde un longevo recuerdo,
en la persistente memoria, mi reducto de emociones
que animan siempre mi atormentada alma de poeta.
Mi poesía, esa insolente no se quiere más callar,
ciente de su hermenéutica misión sosegadora,
voz que se camufla entre ambiguos significantes,
atrevida palabra que neutraliza mi infinita angustia,
que rescata voces, ecos y ruidos de la memoria,
de ingenuas imágenes de un pasado a la espera.
Mi poesia es mi esperanza, esa última que se pierde,
ese sueño adormecido en benevolo consentido letargo,
esa apacible respuesta que nunca me defrauda.
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