La tensión en mi rostro era muy grande. Había fingido inocencia desde el primer momento. Mi postura era la de una caja fuerte inviolable. Nunca sabrían mi secreto. No obtendrían mi dimisión.
El tribunal se preparaba para un veredicto final que era inminente. Solo restaba determinar los daños menores ejercidos contra la propiedad de los vecinos el día del asesinato, y en la burocracia del expediente aparecieron preguntas sonsas que no me inquietaron. Hasta que apareció ella:

-No recuerdo si la cerradura de mi puerta ya funcionaba mal o se rompió el día en que mi vecina...Bueno, ya saben. Solo recuerdo que mi gato no volvía, hasta que llegó trayendo este llavero. Parece que es de un tal Ismael Serrano. Al menos es lo que está grabado en él.

Todos voltearon a mirarme. Recordé que había forzado la puerta de dos departamentos más antes de dar con el de Luisa. Y a pesar de que había limpiado todas las huellas, dejé caer esas llaves...
Mi primer impulso fue saltar para asesinar a la viejecita. Pero eso no mejoraría mi situación.
Todo había cambiado. Ahora hasta me aburría estar allí.
Entre frustrado y fastidioso solo pensaba en llegar al penal y dormir una buena siesta.
El Juez se aprestaba a leer el veredicto cuando lo interrumpí:

-El veredicto es…
-Soy culpable. Yo la maté. ¿Quién podría saberlo mejor que yo? Ya vámonos.

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Marcelo Arrizabalaga.
Buenos Aires, 23/4/2022.