A pito de nada me surge la idea de que lo que antes era un simple viaje en Metro o en microbús para visitar a los familiares, ahora sean ellos los que desciendan transformados en paquetes de datos para que una plataforma equis les devuelva su apariencia humana que podrá ser visualizada en un computador o en un celular. Lo mismo sucederá conmigo, viajando a distancias siderales para aparecerme ya sea como texto o como una imitación binaria de mí mismo en lugares que jamás he visitado y que creo que jamás visitaré. No planteo nada nuevo en todo caso, considerando que esto ha sido tema de debate de grandes personalidades que ha repletado libros y decenas de miles de discusiones anexas.
El meollo del asunto es otro. Ya acostumbrado el ojo y el oído a enfrascarse en conversaciones habladas o escritas con otra persona, la imagen que uno tenía de ellas comienza a ser reemplazada como por arte de birbiloque por ese tono metálico que todavía conserva trazas de lo que ya nos cuesta recomponer, es esa voz, pero a la vez un refinado engaño al cual transan nuestros sentidos sin siquiera haber firmado un acuerdo para recibirlo. La pandemia nos transformó de un sólo cuete en seres sedentarios, esquivos y temerosos de la trampa que pudiera portar bajo sus refajos cualquier personaje que se nos aproxime. Es cierto, el asunto ha amainado, pero queda la preocupación de que así como este bicharraco se nos vino encima desde infinitesimales distancias, nada asegura que otro virus con la misma o mayor peligrosidad atraviese nuestras fronteras y nos obligue a repetir este cansador ritual.
En mi caso, hace tres años que no beso la faz de mis hermanas, pero las contemplo en sus cotidianidades subidas en alguna plataforma disponible. Sé que existen por el retintín de sus voces falsificadas y esas imágenes de colores un tanto chillones. Nos decimos lo de siempre, de nuestros achaques, de la familia y de lo que dista para que algún día nos estrechemos las manos y nos abracemos. Con mi primo, sucede igual y con un amigo, el mismo caso. Sus llamadas nunca me incomodan porque son ambos muy locuaces y desenvuelven toda su palabrería mientras yo me desplazo por la casa aprovechando de ejercitar mis piernas.
En tiempos no tan pretéritos, la gente se visitaba, se concertaba para realizar alguna actividad. Hoy todo es lejanía y suposición, confío que existen y que no son el producto de un contubernio binario. En todo caso, muchos ya rompieron el cerco y realizan actividades en grupo, es difícil mantener quieta a la bandada cuando los ímpetus de ella superan todos los resguardos.
Pues bien, por el momento recibo la visita de ese juvenil minino que hoy dio muestras de su arte al bailotearme en el caño, bueno, convengo que sólo es un fierro largo y vertical donde enrolló y desenrolló su destreza. Ayer, fotografié una mosca con macro y pude visualizar las delgadísimas venas que recorren sus traslúcidas alas y sus extremidades terminadas en bultos que le permiten posarse sobre todas las superficies. Son asuntos menores acaso, pero es lo que está a la mano en ausencia de modelos más tradicionales, que me esquivan y odian ser fotografiados porque temen verse reflejados desde un ángulo que los transforme en desconocidos para ellos mismos.
Como no puedo finalizar sin mezclar en ello uno de mis crípticos sueños, una de estas noches soñaba que me levantaba del lecho con una premura que ignoro a qué se debía. Una liviandad jamás experimentada me provocaba una enorme euforia que me permitía recorrer las habitaciones sin que por el frío de esa madrugada me fustigara con alguna sensación de desagrado. Los sueños poseen tramos que son como los marcadores en los cuales se concentra el recuerdo. Acá fue distinto, cada paso y casa situación se me grabó a fuego. Sobre todo el final. Regreso a la cama, pero me asombro. En ella, ovillado y roncando a más no poder, me contemplo cara a cara conmigo mismo y nacen las preguntas que se desintegran de golpe al hacerse la noche en tal experiencia y despertar más tarde recordando este asunto.
Seguro que la época infausta que nos tocó en suerte protagonizar es la que nos invoca tales situaciones, ya sea la pandemia, que pareciera querer rezagarse o la guerra entre Rusia y Ucrania con todo su devastador efecto dominó que amenaza el futuro ya demasiado incierto de la humanidad.