Desde pequeña supo que un día, aquel llamado de su alma, iba a cumplirse. Si se trataba nada menos que aquello que cada uno viene a realizar en su vida, la tarea, la misión, nuestro destino, ese algo imponderable para lo cual nos preparamos desde siempre, ¿cómo no se iba a dar?
Mientras veía a cada uno de sus amigos y conocidos encontrar su camino, ella simplemente esperaba la ocasión. Sabía que un día llegaría, y de eso jamás dudó.
Quizás fue el premio por tanta fe, pero el caso es que resultó. Todo confluyó para traerle casi servido en bandeja, lo que tanto anheló su alma.
Primero fue un aviso, pequeño, casi oculto, que sin embargo su ojo avizor y entrenado, encontró. Al contactarse de inmediato con la persona interesada, resultó tal como imaginaba. Se acordaron todos los detalles, sin faltar ni uno.
Casi al día siguiente, el premio mayor: justo la herramienta imprescindible para su trabajo, la encontró fortuitamente depositada, debajo de una maceta muy grande en la terraza del edificio donde tenía su apartamento. Sólo fue a relajarse y tomar cinco minutos de sol cuando la encontró. ¿Alguien quiere más pruebas de que esto estaba pactado antes de encarnar? La existencia ponía en sus manos todo lo necesario para cumplir con su labor. Seguramente el dueño la vendría a buscar más tarde, porque algo así no se pierde ni se olvida. Se la devolvería de forma anónima, sin problema.
¿Cómo se puede llegar a describir su inmensa alegría?, casi saltaba de gozo. Creo que únicamente pueden llegar a aquilatarla, aquellos que guardan internamente su verdadera vocación y ven llegado el momento de dar rienda suelta a toda su pasión.
Acorde a lo convenido, acudió a la cita bien preparada. Tenía la dirección exacta y todos los datos aportados fueron correctos. La atendieron solícitamente y constató su identidad. Entonces con serenidad y de forma limpia, le pegó un tiro en la frente. Lástima los muebles y la pared…
Guardó la Beretta plateada de nueve milímetros encontrada providencialmente, y se marchó tranquila y feliz. Había cumplido su sueño.
Con pasos menudos pero constantes, llegó al cesto convenido y debajo de una pila de diarios, encontró reposando en el fondo, su paquete. Daba igual si le pagaban o no, había disfrutado como pocas cosas, su trabajo.
A sus venerables ochenta y siete años, podría imaginar algunos detalles de ser necesarios, pero era prácticamente inimputable. La anciana rebosaba de tanto júbilo, que se animó a silbar una melodía, camino a su casa.
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Se lo dedico a Heraclitus. |