Acabo de cumplir 82 años y como regalo recibí dos noticias terribles, el médico oncólogo me da poco tiempo de vida por el cáncer óseo y la causa del divorcio de mi hijo menor, es que su adorable mujercita follaba con su padre confesor.
Este cura, es muy carismático y guapo, excelente orador religioso y su principal ocupación es hacer felices a cuanta mujer de buen ver se le ponga enfrente. Según las malas lenguas que me contaron el chisme.
A mi pobre hijo de su depresión por el divorcio lo sacó adelante un psicólogo amigo mío. Sin embargo, yo no estoy contento con la actitud del cabròn religioso y más que con entusiasmo a un compadre que tengo, le pone los cuernos con su joven esposa. Bien le decía yo: “que matrimonio a edad madura, cornamenta o sepultura”.
Por fortuna yo no pertenezco a ninguna iglesia, si acaso creo en la divinidad de Baruch Espinoza, filósofo portugués, judío sefardí, que en el siglo XV dijo “el concepto de Dios es un panteísmo que se identifica con la estructura del orden cósmico”.
Tengo una pistola “luger” que perteneció a mi padre ya fallecido, que al perder el ejército alemán se refugió en América, donde nací. Pensé: “por qué no emplearla”. Lo más rápido y sencillo es lo mejor, así, que me fui a confesar con el méndigo sacerdote y le metí en la cabeza dos balas alemanas.
También me escabeché a un notario tranza que les hacía de humo las herencias a las pobres viudas. Ya viejo tengo un nuevo y extraño oficio: el de sicario que compone malas prácticas. No crean, con la adrenalina que me produce la emoción de esta actividad ha mejorado mi sistema inmunológico (médico “sic”).

Cuando tengan algún problema, estoy a sus órdenes.