El sueño.
La furia de Enrique hacía estremecer a la jueza, tenía miedo de que en cualquier momento estallara y comenzara a golpear a los guardias.
Enrique había robado un negocio y había matado al dueño, pero lo único que lo enfurecía era que lo hubieran atrapado.
Le dieron treinta años, no sólo por los hechos terribles sino por su desacato frente al tribunal.
Llegó a la cárcel y allí comenzó su verdadero castigo, él que era un hombre que se llevaba el mundo por delante, ya no tenía voz ni voto en aquél terrible lugar.
Al principio no podía con su furia y muchos le temían, pero no todos, algunos lo enfrentaron y como es de imaginar no salió muy bien parado debido a que él estaba solo y los otros eran muchos.
Sólo un preso lo miraba de forma diferente y sin que él lo quisiera, ese hombre lo tomó bajo su protección.
Luego de mucho tiempo, aún perduraba la ira en Enrique, estaba furioso con los que creía sus amigos, su familia y hasta su novia que después de algunos meses dejó de visitarlo.
Un día, Alfredo que así se llamaba su protector en la cárcel, le dijo que se sentara junto a él pues quería hablarle.
De más está decir que Enrique sospechaba de él por más que lo había ayudado en más de una ocasión, pero, sin saber el motivo, o quizá la misma soledad que le carcomía el alma lo hizo acercarse y escuchar al viejo hombre que le habló así.
-Supongo que te preguntarás el motivo por el cuál siempre traté de protegerte y te lo voy a decir, desde que llegaste supe que eras igual a mí y quizá por eso quiero contarte algunas cosas de las que puedes o no sacar provecho. Cuando llegué a este lugar era como tú, la furia y la rabia que sentía hacia todos era tal que llegué a romperme una mano, la que no pude volver a usar jamás porque creía que el haber matado a mi esposa e hijo era lo que debía hacer, a ella por engañarme y a él porque se le parecía demasiado.
Sé que no voy a salir nunca y eso lo aprendí muchos años después, cuando me pasó como a ti, nadie volvió a visitarme ni siquiera mi familia.
Mi familia! A ella debo lo que fui, y digo fui porque ya no soy el mismo, sigo pagando mi culpa, pero ahora estoy en paz, sé que lo que hice no tiene perdón por eso no lo pido y sé que voy a morir en prisión, aunque no me importa, me lo merezco.
Me crie en el seno de una familia de ladrones y asesinos, mi escuela fue la calle y mis amigos eran igual que yo, nada nos importaba y nos creíamos con derecho a hacer lo que quisiéramos con tal de conseguir algún beneficio.
Ahora me doy cuenta de que mi esposa que no era como yo quizá hubiera sido la única en poder enderezarme, pero lo supe muy tarde y lo que más lloro es que le robé la vida a mi hijo, inocente niño de apenas tres años que me hacía enfadar debido a que sabía que jamás sería como yo y para el Alfredo de hace veinte años eso era inadmisible.
Por eso quise que me escucharas, luego de un tiempo encerrado me di cuenta de que debía hacer algo y comencé a leer y con el tiempo hasta terminé mis estudios, escuela, liceo y preparatorio, no es fácil pero a veces no todos los que están en prisión son malas personas, es cierto, es como buscar una aguja en un pajar pero tuve la suerte de conocer a otro preso que estaba injustamente en este lugar y él me ayudó, era un profesor al que una alumna había mentido respecto a su relación con ella y ya te imaginas lo que pasó, no estuvo mucho tiempo preso pero durante ese tiempo quiso ayudarme y de verdad que lo hizo y voy a estar todo lo poco que me reta de vida, agradecido.
Imagino, al verte que te sientes solo y que quizá muy dentro de ti el remordimiento comienza a aflorar y no sabes cómo lidiar con ese sentimiento que quizá jamás tuviste o sentiste.
Mi consejo, si es que quieres escucharlo es que comiences contigo mismo, trata de ayudarte, no va a ser fácil, pero acá no pasa el tiempo y treinta años es toda una vida, cambia esa rabia que llevas dentro por un poco de amor hacia ti mismo, cuando salgas vas a ser un viejo y si no cambias volverás muy pronto y eso te mataría.
Enrique escuchaba al hombre sin decir nada, aunque más de una vez hizo gestos con sus labios como para hablar, pero la mirada del hombre que le hablaba no se lo permitía.
Ese fue el principio del cambio, los años fueron pasando y cierto día Alfredo murió, murió en su cama y fue enterrado en el cementerio sin que nadie fuera a acompañarlo, como en vida, siempre solo.
Aunque parezca mentira, Enrique sintió algo que en aquél momento no supo descifrar que lo entristeció.
Alfredo había sido el único que lo había entendido, ahora estaba más sólo que nunca, pero algo había aprendido de él y poco a poco su carácter fue cambiando, hacía algunos años que no se sentía el mismo, estaba enfermo, la cárcel no es lugar para enfermos y eso lo sabía, además debido a su mal genio le habían proporcionado un psiquiatra que al principio sólo era para que no atacara a los otros presos y a los guardias pero que al final poco a poco lo fue domando por decirlo de mala manera.
La tuberculosis, una enfermedad casi extinta, allí era muy común y le había tocado a él sufrirla.
No pudo llegar a concluir sus estudios, ni su enfermedad ni su genio se lo permitían, pero sí consiguió un cuaderno y un lápiz donde cada día escribía, al principio para matar la soledad, pero luego para que si algún día alguien lo leyera pudiera tratar de conocerlo un poco más sin juzgarlo.
Jamás pudo olvidar lo que había hecho, cosas terribles que sólo él conocía y de las cuales comenzaba a arrepentirse, quizá demasiado tarde.
Un día, faltando muy poco tiempo para que terminara su condena, Enrique no volvió a levantarse y cuando los guardias lo fueron a buscar lo encontraron muerto abrazado a su cuaderno con una sonrisa en los labios.
Nadie podía entender el motivo de dicha sonrisa hasta que un guardia se tomó el trabajo de leer su cuaderno y estas fueron las últimas palabras escritas…
- … mi hora está muy cerca, lo sé porque anoche tuve un sueño donde escuchaba una vos que me decía que no me preocupara, que todo iba a pasar muy rápido y que muy pronto una nueva vida me sería otorgada, olvidándome de esta, que jamás volvería a recordarla y que ya había pagado mi deuda que pronto un feliz hogar sería bendecido con una criatura pura y feliz que alegraría sus vidas. Espero solo recordar este sueño….
Omenia 17/4/2022
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