Ella me coqueteó un poco, se paseó frente a mí como si quisiera quedarse conmigo. Y yo caí como un tonto, cuando quise retenerla, la traidora idea, ya se había ido.
“Ya no te amo”, dijo ella. “Y te vas a morir de amor por mí”. La muy canalla tuvo razón, me morí todito. Esto que leen lo escribí hasta que ya difunto, aprendí a manejar una tablet en el más allá.
- No te vayas, Amanda. Aún te amo.
- Pero yo no.
- ¿Puedes darme un último beso? – supliqué.
- Sí, pero con una condición: ¡olvídame!
-Lo prometo.
Entonces se acercó a mí, y me besó profundamente en los labios.
Yo, cumplí mi promesa, a ella la olvidé; pero no ese último beso.
“El amor es una guerra, un pleito, una pelea”, dijo ella. “Claro que no, el amor es entrega. Mira, te doy mi corazón, es tuyo”, respondí. Entonces lo tomó entre sus manos, sacó de entre sus ropas un largo y afilado cuchillo y lo hizo pedacitos. “¿Lo ves? - dijo -, gané. Nunca confíes en el enemigo”.
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