Claro está que ya no me importa por dónde nada aquella sirena, ni pienso en su cuerpo superior blando blanco y no me interesa su parte pez salada de forma conoidal azul brillante. Tampoco recuerdo sus movimientos fluidos, ni cómo se desplaza bajo las aguas calmadas frías del mar sureño, ni cómo posa sobre las rocas frente al sol. Sus ojos, particularmente grandes, acuñados a las orillas exteriores y sus párpados semi caídos, son algo que no me interesa. Sus lunares y pecas de color café claro distribuidas de forma sideral en su pecho, brazos y rostro, me son particularmente indiferentes.

Así, puedo dormir en la noche sin recordar sus labios y sus senos, sus cantos y sus risas.

En suma, ya no pienso en aquella sirena, ni recuerdo si alguna vez lo hice. No le hablo ni le canto ni le escribo; al fin y al cabo, sé que aquella sirena tampoco me habla ni me canta ni me escribe a mí.