Un pequeño cuento de la vida
Vino, esperó y...
Cargando una mochila en su espalda llegó temprano con el sol naciente, miró en rededor, buscó con la vista, olió el aire, escuchó el silencio, palpó la tierra húmeda de la mañana y mitigó la sed con agua fresca del surtidor que con un débil chorrillo alimentaba el bebedero para pájaros.
Recorrió caminando la plaza de norte a sur y de este a oeste; en diagonal y en paralelo, mirando y esperando, mirando y esperando…
Al mediodía, su reloj biológico le avisó que era hora de almorzar, con la mirada abarcó cada rincón de la plaza y las calles que la rodeaban, quiso hacer un alto, pero prefirió seguir esperando…
Ocupó cada hora y cada minuto de la tarde en dibujar, en su memoria, el mejor de sus poemas para recitárselo cuando llegara…
Cuando el sol y las sombras alargadas, tanto de él como de los árboles, ya indicaban que se iba la tarde y ni siquiera el teléfono en su bolsillo hubiera emitido algún sonido, una voz interior le gritó que no vendría… que era inútil seguir esperando…
Detuvo su andar en el centro de la plaza, miró en lontananza, borró las versos dibujados en la memoria, enjugó una lágrima, recogió su sombra y la guardó en la mochila, le hizo un guiño al sol rojizo de la tarde y... por la calle que llegó, sin mirar atrás, con paso lento, pero firme, se fue alejando del lugar, mientras sus labios en silencio esbozaban un adiós.
Incluido en libro: Cuentos de Vientonorte
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