Ya todos hemos visto cómo el caballero Will Smith abofeteó a su colega el comediante Chris Rock por una broma pesada dirigida hacia su esposa. Si se observa de manera trivial y nos quedamos en el hecho mismo, se vislumbra que la broma en verdad no tenía mucha gracia. Pero si ahondamos mucho más de lo obvio y vamos más allá de la acción, pronto descubriremos las repercusiones destructivas y el mediático principio del fin de un movimiento cultural que por siglos ha disfrazado la desigualdad estructural de la mujer con un velo de caballerosidad y afectación. Por supuesto, Will ha quedado representado como aquel noble y tonto caballero alemán, el más sufrido de todos, el minnesänger Ulrich von Lichtenstein, cuyo célebre tratado, el “Frauendienst oder Geschichte und Liebe des Ritters und Sänger Ulrich von Lichtenstein von ihm selbst beschrieben”, nos enseña sobre cómo se debe tratar y conquistar a una dama, aun a costa de nuestro propio sacrificio, empeñando, si es necesario, nuestra sangre, sudor y lágrimas.
Pasemos a los eventos:
Chris Rock hace de anfitrión de la Ceremonia de los Óscares 2022. Está feliz. Cree que, como es obvio ante tantas rutilantes estrellas y un público inigualable, debe esforzarse para que el día sea perfecto y brillante. Todo marcha bien, la audiencia le adora y se carcajea ante el inocuo poder de sus bromas finas e ingenuas. No obstante, de un tiempo acá, los ratings televisivos han caído en picada, especialmente en las zonas rurales del interior de los propios EEUU, donde el dominio de las voces radicales del evangelismo blanco y sus anacrónicos apóstoles pregonan que esta 'satánica' ceremonia es el producto de la no menos luciferina “cultura woke”.
Este término de "woke" causa un terror y furia enormes entre los espíritus neo-conservadores y religiosos. Tiene su origen en la insatisfacción y el deseo de liberación de los esclavos negros durante el período de la esclavitud. Por ello se traduce como "Despertar" o la "cultura del despertar”, que se refiere concretamente a las personas que están informadas de las injusticias y las discriminaciones que ocurren en la sociedad, especialmente en lo relativo al racismo y la supresión de derechos.
Chris hará el esfuerzo para que los ratings se eleven. Después de todo, la mitad de los ahí presentes pertenece a esta cultura, ya que se hicieron millonarios bajo el blasón de su bandera y por el apoyo del público de las grandes ciudades. Entonces Chris, confiado, lanza una mirada a las graderías. Allá, en una esquina privilegiada, logra reconocer a sus viejos amigos, los esposos Will Smith y Jada Pinkett. Los conoce desde hace tiempo, y ha participado con Will en múltiples proyectos cómicos desde que eran unos jovencitos. No parece una mala idea congraciarse con ellos.
Con su ancha boca, dientes blancos y su rostro simétrico trabajado por décadas para la comedia, se lanza con una broma que, en vez de humillar, para él, como hombre, dignifica.
—Jada, te quiero, “G.I., Jane 2”; no puedo esperar a verla (el remake) —dice graciosamente Chris Rock.
La cámara dejó de enfocar a Jada Pinkett Smith, que blanqueó un poco los ojos mientras se sentaba junto a su marido.
Detengámonos aquí.
Examinemos primero el chiste, sobre todo en su aspecto dicotómico. Desde el ángulo humanista “woke” es un chiste humillante. Sin embargo, desde el punto de vista guerrerista e imperial, que subyuga a las mentes seudo-religiosas norteamericanas, dignifica y es altamente meritorio.
Veamos cómo lo interpreta Jada: se ofende, pero para ella no es gran cosa, y mientras la cámara la enfoca, ríe someramente; al menos se ve que se balancea hacia delante, como si hubiera recibido un golpecito de presto.
Esta ofensa hay que estudiarla. ¿Se ofende porque sufre una enfermedad común de los hombres, la alopecia, o porque el personaje G. I. Jane le parece ofensivo? ¿Fue su ego de mujer el herido o sus convicciones humanitarias? Es cierto que el personaje de G. I., Jane, muy bien interpretado por Demi Moore, es un personaje funesto que trata sobre una mujer que lucha, hasta la muerte (literalmente), por ser parte de un equipo de las fuerzas especiales que se entrenan para ir a asesinar civiles en países del Medio Oriente, como Irak, Siria, Libia, Afganistán, o de Sudamérica, de Europa, etcétera; este equipo debe estar integrado solo por hombres, puesto que representan lo máximo de la agresividad y violencia en la lucha, de acuerdo con la mentalidad caballeresca de los años 80’s. Finalmente, G. I., Jane se convierte en un monstruo masculinizado, se rapa el pelo para parecerse a ellos, enronquece su voz para infligir autoridad, deja sus sentimientos pueriles atrás y está dispuesta a morir por su patria (aunque a esta no le tiemble la mano para matar a civiles inocentes). Solo así logra el respeto de los altos mandos militares y de sus compañeros (después de grandes sufrimientos y cercanía a la muerte) y acaba siendo certificada como asesina especializada.
Obviamente, no es el caso de Jada Pinkett. Como mujer inteligente, supongo que tal comparación le molesta, ya que ella, aunque sin pelo, se considera femenina. “Prefiero ser calva antes que un frío y calculador asesino”. Recordemos que, al menos de manera implícita, Pinkett es parte de la “cultura woke” (francamente, no entiendo como a un millonario pudiera importarle lo que sufren los pobres de a pie). A ella le ofende el ser comparada con una máquina de matar legalizada, en vez de su bien conocido aspecto físico.
Siendo así, más que la ofensa, es interesante echarle un ojo a su reacción o, mejor dicho, a su inacción. Pero, créanme, más digna de estudio es lo que concierne a la post-acción.
Empecemos con su reacción. Ante la injusta broma acerca de su supuesto “aspecto varonil militarizado”, Jada, estoicamente, la resiste como un ser evolucionado; no se inmuta ni lo más mínimo. Sin embargo, ya no ríe como reía cuando la broma recaía en los otros. Esta vez le ha tocado a ella. Es una espartana y parece decir que si me he reído de los demás, ¿por qué razón no puedo reírme de mí misma? Entonces, se queda en la silla y no se mueve. El chiste merece la atención que se merece, ninguna.
En este punto, Jada sale victoriosa y se yergue como una amazona. Yo la aplaudo.
Veamos a la inacción.
Chris Rock sabe que está vencido ante la visión de aquella mujer de hielo. Por lo tanto, ¿qué procede?
—Estuvo buena, ¿eh? —la sonsaca.
Chris utiliza un viejo recurso de la comedia en la que, ante el silencio del ofendido (y el aburrimiento del público), con un leve toque de ironía, genera una reacción para bien o para mal. Pero Chris no la ataca porque se parezca realmente a la personalidad del personaje de G. I., Jane, o por su ideología política, sino que por su aspecto personal. Se mete a un terreno del que es difícil salir bien librado.
Con todo, Jada resiste con facilidad y su lenguaje corporal lo expresa con la siguiente fórmula: “¿Sabes qué? No me importa. Es solo una broma; de paso, una broma sin sentido.” Va elevándose como una diosa. “Mi ser está por arriba de las provocaciones sin cultura”.
Una derrota para Chris, por demás vergonzosa. Pero él la acepta porque él se la buscó. No drama.
Es entonces cuando entra en escena un antiguo cliché cultural (desde ahora acultural). A Will Smith, quien hasta ese momento se había reído con y de su mujer, al verse reducido a la insignificancia por la burla inconsciente de un público que ríe atornillado en sus butacas, no le pareció gracioso. Un “hombre” que se llame a sí mismo “hombre” no puede tolerar tal afrenta. Se levanta indignado de la silla, con la quijada y los labios temblorosos. Parece que bufa: “Me has humillado, a MÍ y a mi familia”.
¿Se siente ofendido por qué su esposa ha sido atacada por un mal chiste o por qué ha visto herido su ego de superestrella?
Chris Rock lo leyó en sus ojos.
—¡Oh, oh! —exclama, nervioso.
Will Smith se dirige hacia él en el escenario; hace una pausa y lo enfrenta. Chris sabe lo que ha hecho, pero dado que los tres son actores cómicos de larga data, da por sentado que conocen los gajes del oficio.
“Nada personal, hombre. Todo es por el rating y las buenas risas”.
E inclina la cabeza en un gesto de humildad y aceptación con una reverencia que le ofrece un espacio para que el otro se pronuncie y, en cambio, recibe una bofetada caballeresca en la cara por parte de Will Smith.
Jada no se inmuta ni se lo agradece. “¿Acaso te lo he pedido?”.
En este punto, creo que este es el fin de los vetustos “códigos de caballerosidad masculina.” Son 'valores' que ya están muertos. "¿Acaso te lo he pedido?". ¿Le pidió Will Smith consentimiento a Jada para golpear a Chris Rock? ¿Quién es Will Smth para arrogarse el derecho de intervenir por ella cuando perfectamente Jada tiene el asunto controlado? Sucede que Will Smith, la mayoría de los hombres y muchas más mujeres de la actualidad, sobre todo, aún no lo saben: Nadie puede decidir por el otro sin su previo consentimiento.
Como todo hombre ignorante, Smith sigue en su defensa: "¡No menciones el nombre de mi mujer en tu puta boca!".
Jada se mantiene en silencio, sin asentir, muy callada. No le parece bien lo que acaba de suceder. El comportamiento de Will claramente no se trata de defenderla sino de defender su propio orgullo y dominación masculina.
Chris Rock, aturdido por el golpe, alcanza a gemir: "Oh, guau”.
La cadena televisora corre a censurar el atropello. Chris, apenado, dice: "Ha sido la mejor noche de la historia de la televisión".
Yo también lo creo.
Les diré por qué. Comenzaremos por examinar los patrones culturales de Will Smith y de su Generación X. Will nació en el 68’, por tanto, nace durante un periodo de transición de lo “formal y riguroso” a lo “moderno y suelto”.
Los niños de esa época gozaban de poca supervisión paterna, más que todo por los efectos de una alta tasa de divorcios. Los adolescentes y jóvenes, disfrutaban de una mayor libertad y autonomía, y no había más tecnología que influyera en sus patrones culturales que la televisión y la radio. Hoy tenemos a Facebook, Twitter, Instagram, Youtube, etcétera.
Con tan solo poseer un diploma de secundaria, tenías la vida resuelta. El embrión feminista de los años 20's ya estaba listo para salir del vientre, lo que dio comienzo a la "liberación femenina en masa”. Ya aparecían cursos y estudios sobre la mujer en las grandes universidades los años 80’s y 90’s. Su influencia, sin embargo, solo era visible en las mujeres de las grandes ciudades y no en la amplia zona rural. Por esto, en la televisión y la radio, hasta mediados del año 2000’s, todavía podían verse programas llenos de estereotipos machistas, donde la mayoría de los héroes y superhéroes era hombres, seres superiores con mando, autoridad y jerarquía en el mundo financiero, político y empresarial.
La mujer, en cambio, pertenecía de forma natural a la cocina y a las labores domésticas; en el mundo laboral ocupaban los puestos de obreras de baja formación, secretarias, aseadoras, barrenderas y cajeras. Si alguna, por herencia o por gran esfuerzo, ocupaba la parte alta de la pirámide social, silenciosamente eran vistas como seres “maléficos e irracionales.”
Como todos saben, el trabajo manual, doméstico y de guardería no es un trabajo fácil y rara vez es renumerado. En cambio, el hombre vivía el sueño de pasarse los días en la oficina, con aire acondicionado (coqueteando además con las obreras de la planta y de la oficina), o el de recorrer el país en viajes de negocios. Y además le pagaban con altos salarios por vivir ese estilo de vida sin igual, el american dream. Por supuesto que aquella condición es y ha sido siempre desigual. ¿Cómo entonces remediar la insatisfacción de la "histérica" de mi mujer? La caballerosidad es la respuesta.
Desde tiempos inmemoriales, la “esposa” ha sido vista como un accesorio del hombre. Con la seriedad de un hombre de fe, uno puede leer en los antiguos códigos de leyes y en los libros sagrados religiosos, que el “esposo” tiene derechos reales sobre su “propiedad” (entre ellas, su mujer e hijos). También tiene derecho a recibir ganancias de su usufructo (trabajo doméstico, guardería y sexo). Igualmente, se arroga el derecho de establecer y regular socialmente los roles entre ambos, con el especial cuidado de ubicar a la mujer en tareas de menor jerarquía y exigirle, con mucho celo, la más estricta fidelidad sexual y afectiva, mientras él goza de una discrecionalidad sexual y moral.
Las mujeres, como bien suponen, no son estúpidas. Nunca lo han sido. De hecho, desde siempre se han rebelado. Para atenuar este hecho, el hombre ha creado —entre otras muchas más como la religión, las castas, etcétera—, una institución que, como hemos dicho, a lo largo de la Historia le ha cosechado excelentes frutos a costa de la supresión de los derechos femeniles: La caballerosidad.
Esta no es más que un código de conducta relacionado con la ideología de roles de género tradicionales y con el autoritarismo del ala de derechas. Con la caballerosidad, el hombre deliberadamente se comporta de manera paternalista a cambio de que la mujer se someta a su dominio, acepte sus agresiones y los convencionalismos.
Como hemos explicado antes, Will Smith es producto de la Generación X, de esa generación que nace de lo convencional, pero que va transitando hacia nuestros modernos días. Culturalmente, está lleno de contradicciones. Por un lado, quiere ser woke, pero el otro, su ser interior, vuelve a su escala básica, el convencionalismo, a la figura del caballero negro más tonto de la convencionalidad. No lo hace porque quiera hacerlo, sino porque está partido por la mitad, y sus instintos influenciados por su generación lo obligan.
Vámonos a la post-acción.
Cuando todo terminó, cada uno regresa casa. Al día siguiente, en una entrevista, le preguntaron a Jada Pinkett acerca del atropello de Will Smith contra Chris Rock. Jada simplemente dijo:
—No se lo pedí —y con la vista fija en la cámara añadió—. No necesito que un hombre me defienda.
Parece grosera, ¿no?
Pero no lo es. Will le ha hecho perder a un amigo, Chris Rock, así como el carisma del público. Con su agresión autoritaria hacia la supuesta amenaza que representaba Chris Rock a su orden convencional e irrespeto hacia él como autoridad respecto a su mujer, Will Smith se impone entre ella y sus circunstancias, dejándole bien claro quién es quién en su rol de género, quién es el que verdaderamente manda, el que opina, el que hace y el que piensa lo qué es bueno o malo para él y su “propiedad”, o sea ella, Jada Pinkett "de Smith".
Creo que Jada hizo bien. Will Smith, más allá del golpe recetado, se equivocó, y con ello deja al descubierto, ante millones de ojos, el derrumbe cultural de un patrón sociológico que finalmente está llegando a su fin: La anquilosa y antigua “institución de la caballerosidad”.
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