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Inicio / Cuenteros Locales / La_columna / Escritura: El Don de unos Pocos (En un viernes mal acentuado) –Por El_Galo

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“El error no es que todos escriban, sino que la mayoría crea que todo lo que redacta merece ser publicado”. Estas palabras, vertidas por un espíritu clarividente durante un atardecer de primavera, resuenan, sin concesión alguna, en la razón de todo aquel que, dotado de humildad y ansias de crecimiento, aspira a dotar de sentido a un cúmulo de palabras volcadas al papel.

Y vaya si esta declaración, una vez puesta bajo el lente de la reflexión, culmina por exhibirse acertada. Impera algo concreto: todo ser humano, por mucho que se diferencie, dispone de aptitudes que le permiten concebir cualquier forma de expresión artística. Así, algunos poseen talento para la pintura, otros para la música, y hay quienes dominan otros ámbitos de similares condiciones. Del mismo modo, están aquellos que poseen y desarrollan una gran habilidad en materia de escritura literaria. De ahí que, honestidad mediante, sea posible delinear el estamento que reúne a estos privilegiados, para luego recaer, otra vez, en lo sostenido en el exordio de este texto: sólo algunos deben mostrar aquello que escriben. Y esto, por más que suene netamente arbitrario, lejos está de esbozar un postulado elitista. Muy por el contrario, tal posición no hace más que reconocer, en todo caso, que la naturaleza del escritor no resulta una distinción que se destaca por contemplar un desarrollo masivo.

Sigamos adelante. Meditado esto, ingresa en la discusión otro aspecto trascendental: el respeto por la palabra. El concepto es, sin lugar a dudas, el hacha y la madera con la que cuenta todo escritor. Materia prima racional y espiritual. Y tal recurso siempre debe estar sujeto a consideraciones que le aseguren una supervivencia digna. Porque la escritura, hay que decirlo, implica trabajo. Muchos creen, erróneamente, que tal actividad reposa sobre una práctica libre que rara vez conlleva esfuerzo. Pero cualquier autor que respete su oficio sabe muy bien que el talento, esgrimido en solitario, apenas alcanza para modelar una obra sólida y respetable...

Ante estas exigencias, surge allí una categoría de dibujantes de palabras que, en estos tiempos y de manera mayoritaria, irrumpe con fuerza: los “desestructurados”. O sea, aquellos que vociferan, a modo de predica pagana, la ruptura de ciertas reglas estilísticas y gramaticales. Reglas que, generalmente, estos audaces del verbo mal conjugado desconocen por completo. Obviamente, dichos dibujantes pocas veces entienden que para quebrar un orden, por mucho que les pese, primero es necesario reconocer al mismo, esto es, examinarlo, estudiarlo: dominarlo. Así, toda apreciación se desvanece, agobiada, en una discusión que arroja un saldo concreto: por lo general, los que atacan a la estructura literaria son aquellos que, irrisoriamente, carecen de toda habilidad que les permita adaptarse, desde un principio, a las formas establecidas.

Pero, en todo caso: ¿Cuál sería la iniciativa correcta? En primer lugar, apropiarse de los modelos, manejarlos, y luego sí proceder al quiebre. En esto radica, en todo caso, gran parte de la maestría que distingue al escritor: la utilización perfecta de un modelo o, una vez conseguido esto, la ruptura de dicha forma en todas sus variantes. Pero, vale decirlo, estos requerimientos suelen no tener cabida en la legión tumultuosa de los “desestructurados”. Por el contrario, tales escribas tienden a desviar la atención; esto como recurso que permita disimular falencias sencillas, por lo general asociadas a errores de sintaxis o faltas de ortografía.

De esta forma, resulta sencillo comprender el uso banal al que a veces se encuentra sometida la palabra. Y se revela un fuerte desconocimiento ante la riqueza que el termino esconde, la polisemia que lo distingue, y el mecanismo de sentido que dicho medio expresa. Por crudo que suene, bien merece recordarse que, para un escritor, la palabra es ley, y esto también debe hacerse extensivo a la esfera del lector. Por ello, ampliar nuestros conocimientos, perfeccionar nuestra técnica con el fin de explotar el concepto al máximo, no debe ser visto con recelo.

Muy por el contrario, tal método nos permitiría llevar adelante un crecimiento dual: el nuestro (como escritores) y el del lenguaje en tanto sistema en permanente expansión. El desafío y el trabajo de concretar todo esto nos pertenece. Caso contrario, siempre es posible optar por otro tipo de procedimiento: elevar discursos que, carentes de argumentos sustentables, sólo sirvan para justificar nuestras superables limitaciones.

La escritura es un don de unos pocos. Depende de nosotros ingresar o no dentro de esa minoría indiscutible. Una pregunta se revela previsible: ¿Podremos cumplir con los requerimientos que dicha actividad exige? ¿Contamos con la actitud necesaria?






Patricio Eleisegui



El_Galo


Texto agregado el 08-10-2004, y leído por 503 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
05-07-2005 Sinceramente creo que si la escritura es el don de unos pocos, no es solamente el novato con su poca experiencia el responsable, sino también de esos 'pocos' que, sin tener verdadera culpa, de todas formas secularizan el concepto de lo que es 'escribir bien', valiéndose de diversos argumentos que tú aquí también te ocupas de mencionar: Es aceptable lo que sostienes acerca del oficio del escritor: debe ser dedicado, esmerado, serio en su proceder... eso sí, más allá de lo que se escriba puntualmente; segundo, el hacerse del hacha que mejor le cuadre para atacar la madera de la literatura -como tú muy bien ejemplificas-, herramientas tales como la ortografía, la puntuación, en fin, elementos que debe dominar para luego innovar si lo desea. En lo que discrepo eso sí es cuando ese concepto de 'escribir bien' llega a manejar las convenciones literarias en cuanto al contenido, pero más aún en cuanto al margen de ruptura que nos otorga la forma en como se escribe, y cuya aceptación o rechazo, a mi modo de ver, dependerá de un parecer subjetivo del lector. Con esto quiero decir que cuando esos 'pocos' sostienen que tal o cual texto es malo o está mal escrito, en realidad no es que transgreda las estructuras básicas de la escritura, sino que a aquellos no les gusta por tal o cual detalle, por pequeño que sea, en como el autor se expresa, detalles que también pueden ser grandes. Se me viene a la cabeza el ejemplo de la conocida rencilla entre Cervantes y Lope de Vega: a éste nunca le gustó el Quijote escrito por aquel otro, siendo que dicho libro se erige como la antesala escencial de la novelística en todas las latitudes. ¿Quién tiene razón, Lope o la Historia? Creo que no hay razón, sino un margen individual, ya que sobre gustos está todo escrito y muchos han quedado fuera del privilegiado círculo de esos 'pocos', siendo que tenían méritos de sobra. Otro ejemplo es el de un pasaje de Gargantúa y Pantagruel citado por Huidobro en un ensayo suyo de estética, a raíz de que al poeta le pareció extraordinaria la incongruencia de las frases hilvanadas por Rabelais en dicho pasaje; mas si uno lo lee con atención le encuentra un bello sentido poético sustentado en el caos de los términos, de los sentidos; y así tantos otros escritores como Juan Emar por ejemplo, que empuñaron concientemente la pluma para escribir cosas aparentemente sin pies ni cabeza o carentes de seriedad... en fin podria explayarme mucho más... pero como conclusión creo que el ser humano siempre está impelido por su naturaleza a optar por una cosa y desechar otras..y esas otras no siempre serán tan malas como para no reparar en ellas... lo mismo corre para la creación literaria. Saludos! Quilapan
07-06-2005 Dijiste una frasse acertada, que resume tus conceptos: "Por crudo que suene, para un escritor la palabras es ley, y esto entra también en el ámbito de los lectores". Totalmente de acuerdo contigo. Saludos cordiales. josedecadiz
01-11-2004 Muchos escritores han dicho que escriben simplemente porque no pueden dejar de hacerlo... y publicar lo escrito también implica un riesgo, como es mostrarse de alguna manera ante los demás... Hay quien hace música, y hay quien hace simplemente barullo. Coincido con la fundamentación del oficio, aunque no comparto la receta, porque (quizá sea un vicio de mi profesión) la receta pretende resumir en ella tantas cosas que pocas veces resulta verdaderamente efectiva. Un abrazo albertoccarles
28-10-2004 Muy asertivo texto a la hora de querer componer esta música de palabras. Te aseguro amigo que en mí no existe mas conocimiento de las letras que aquello que me enseñara mi madre a la hora de comprar el pan o leer un periódico, hace más de veinte años, unido a una vertiente de enseñanzas en el camino que no sirvieron para más que intentar una buena ortografía, jamás lograda. Es mi condición actual la de escribir sentimientos o ideas sin poseer aquel conocimiento mayor del escritor como tu lo planteas, pero en ese intento es que escribo, humildemente, para aprender de aquellos que en alguna oportunidad me han corregido con sus criticas y comentarios. Aceptable es para mí, siempre recibir el conocimiento compartido por aquellos que poseen el “ Don de las Letras”, así pues, una ves puesto tu texto en el papel, lo llevaré conmigo para analizarlo con mas detalle aún, pues así es como uno puede apreciar una obra, luego de la impresión que ofrece el primer ojear. Abrazos, David Moisés Enoc davicito
15-10-2004 Bien, bien, a ver como digo yo esto, a mi lo de escribir no es que sea una vocación irrepimible, me lo recetó el siquiatra para detener mi ansia sexual, no tuvo efecto pero le cogí el gustillo a escribir, así que lo hago, mal ( sinceramente ) pero lo hago. barrasus
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