Se va dejando vida —alegrías y tristezas— en los sitios en los que se acostumbra a deambular. Se va dejando vida no de una manera mágica, sino como señales inadvertidas. Se va dejando vida como pistas escondidas en los objetos, en sus texturas, en sus formas. De ciertas maneras, las paredes, los muebles, el paisaje quedan cubiertos de historias. Historias que pueden ser encendidas con solo mirarlas. Recontadas de nuevas formas para traer de regreso las emociones allí vividas. Historias que nos regalan nuevos momentos, nuevos trozos de vida sobre aquellos mismos rincones, sobre nuestros mismos recuerdos.

El no regresar a los mismos lugares es morir un poco. El no regresar a los antiguos lugares es privarse de revivir nuestra propia historia de vida. Es dejar de vivir refrescantes momentos con una nueva e inusitada mirada.