Los muertos, muertos están. ¿o no?... ¿Entonces por qué cada vez que salgo del anfiteatro y me encuentro en el pasillo de este maldito hospital con alguien, corre nomás verme?...

Trajeron al anfiteatro del hospital a un hombre de mediana edad al que mataron de diecisiete puñaladas en una riña. Un grupito de malandrines se burló de su nombre y eso a él no le gustó, iniciando la disputa; pero es que a quién se le ocurre ponerle de nombre a un individuo: Próculo. Yo no hubiera esperado que me mataran, desde antes, me hubiera suicidado.

Arturo, me dijo que ayer vieron a nuestro amigo Pablo a la entrada del panteón Sanctorum, cantando con su guitarra y pidiendo limosna para su velorio y su entierro. Eso es una mentira, porque a Pablo tiene ya quince días que lo enterramos con todo y su guitarra en el mismo panteón y hasta mariachis le llevamos.

El domingo pasado cuando asistí a escuchar misa a la iglesia de la Magdalena, me encontré en el portón de entrada a don Martín, el sacristán. Lo conozco desde hace muchos años y cuando me topo con él, platicamos y nos reímos un poco; no importa que él lleve ya más de diez años de muerto.

Si quieren comunicarse conmigo, les comento que no utilizo teléfono fijo ni celular, ni respondo correos electrónicos o cartas, únicamente recibo visitas personales. Me localizan en Avenida del Terregal, sin número. Colonia Pastizal. Panteón Del Olvido, lote XXIII, fosa 247, Ciudad de México. Mi nombre es Agapito Kolaloca (¡a mucho orgullo!), el cual aparece en mi lápida. ¡Ah!, no me gustan las flores ni las veladoras.