Todavía era jueves y había caído el sol. Estaba en la calle favorita de mi barrio, que hacía esquina con la para mi, más importante. Y la esperaba con una mezcla de miedo y timidez, pero me subía el ánimo, el privilegio que tuve de elegir el tipo de ropa que élla usaría. Pero aún más, su reacción, cuando le dije que deseaba que fuera un vestido.
Lo cual le provocó una risa imposible de pintar con mi castellano. Devido al tonto argumento para justificarlo: ‘es que quiero salir con Joaquina, nó con Joaquín’. Pero al fin la ví girar desde la calle más próxima al este de dónde yo estaba. Y verla caminando hacia mi, anuló cualquier duda.
Y ya a mi lado, injerté su brazo izquierdo debajo del ángulo que había creado con el derecho mío. Naciendo un estilo que hasta hoy me acompaña. Entonces, la dirección al partir, la impuso la ruta que ella trajo. Qué fué seguir directo al oeste y que para evitar el descenso brusco de la calle andada, dimos un viraje para llegar hasta la Cruz.
Una esquina, que sin hablarlo, nos hizo rodar por una bajada, que de golpe cambió para el sur. Pero que oportúnamente, nos llevó a unos peldaños que elevabaron el nivel de la acera. Aunque y a pesar de lo oscuro, algo mágico nos permitía ver con claridad y entendernos sin palabras.
Luego del retorno al punto de partida, continuó el mismo patrón silente recién estrenado. Hasta el quiebre con su ingénua pregunta de la noche del viernes: ¿Tony, y era que tú tenías gripe?
|