A Luis le encanta leer, hace unos días cumplió diez años y entre los presentes que le dieron, el tío Jaime que conoce su afición por la lectura le regaló un libro; pero no cualquier libro, sino uno de terror, que son los que más le gustan al niño. Por supuesto, fue Drácula, de Bram Stoker, una hermosa edición ilustrada en pasta dura, que hizo la felicidad inmediata del chico.
Nada más llegar de la escuela, comer y hacer la tarea, Luis se encierra en su habitación para leer el libro, mejor sería decir, devorarlo; está tan interesante, que lleva leídas más de dos terceras partes del mismo, aunque el libro tiene más de cuatrocientas páginas. Trae entre ellas, diferentes imágenes dibujadas con singular realismo. Por ahí aparece el carruaje donde Jonathan Harker, va rumbo al castillo del conde para visitarlo; al fondo, se observa el castillo que se alza tétrico y majestuoso en lo más alto de una montaña escabrosa, envuelto entre la bruma; en otra lámina aparece el conde elegantemente vestido de negro recibiendo a Jonathan; una imagen más: el conde envuelto en su capa, inclinado sobre el lecho donde duerme Mina.
Luis lee con fruición, cada vez más emocionado con lo que sucede en la historia, está cerca del final, Quincy Morris y Jonathan Harker están a punto de terminar definitivamente con el malvado conde Drácula, ahí está la imagen que lo muestra. El jovencito está impactado, la inocencia de sus diez años le gana al ver el destino inexorable del conde.
- ¡Pobre vampiro, nadie se apiada de él! – exclama.
- ¡Tú lo has hecho! – responde el conde Drácula, mientras aterrado, el niño ve como el vampiro se desprende de las páginas del libro.
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