Se hunden mis pies en la arena y mis ojos se deslumbran con el rojo del atardecer, que se va licuando con los últimos rayos del sol; es un regalo de la naturaleza, que se viste de diferentes tonos de rojo y se refleja en mis manos y en tu cara que sonríe evocando ¿quién sabe qué?
El mar juega con una secuencia de olas interminables y deja en la playa su borde de espuma que el viento arrastra dándole formas caprichosas, círculos chatos y alargados que ruedan y se van diluyendo hasta quedar reducidos a un suspiro de mar.
Un rubor débil va quedando en el poniente, el gris se va adueñando del cielo.
Es hora de regresar y mientras caminamos por la playa, el viento nos duele en la cara, nos empuja como si fuésemos los restos de la espuma que dejó la ola.
El ocaso ha perdido su rojo color, el oscuro va ganando su lugar y mis manos heladas se pierden en el calor de las tuyas.