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El pequeño planeta tenía bajos niveles de oxígeno, pero era estable, así que decidí aterrizar, pero el sueño y el cansancio entraron en mi cuerpo casi por instinto, de forma penetrante y eficaz, como un sedante o un desmayo. Así que dejé la exploración para el día siguiente, pero quise descansar en un lugar que me pareció cómodo y llamativo.

Fui a caer ahí, a una pequeña playa de arena gris, quizás por actividad volcánica o por pigmentación del mar que resplandecía desde las alturas con un oleaje bajo y un viento bastante cálido. En ese momento del día, cuando la tarde aún está presente, sin saber el horario en que se iría la luz, y menos de los peligros que podría traerme el exponerme a un Sol diferente después de tanto tiempo.

Me saqué el traje y miré desnudo la bahía buscando un lugar para descansar del viaje. 13 años viviendo en una realidad simulada para compartir con personas inexistentes que de vez en cuando me entretienen, teniendo mareos constantes por no reconocer qué es lo que está arriba o abajo cuando miro por las ventanas de la estación que navega a velocidad crucero, o despertando después de dormir meses de algunos de esos años en las cámaras de reposo estático que se encargan de los músculos atrofiados con una actividad recuperativa por la falta de gravedad, ya que cada 12 horas se desactiva para almacenar y recuperar energía.

Entonces puse los pies en la arena y luego me recosté, puse una alarma y me di una porción de estimulante por si me bajaba la presión o la temperatura. Finalmente me relajé lo suficiente y dormí un buen rato.

Era un sueño pero estoy seguro de que me visitó. No lo sé confirmar ni describir, pero sé que era un Dios. No sé si era ella o él, pero su figura me cautivaba y el reflejo fractal que las luces generaban en su piel parecían millones de espejos. Todos apuntando a todas las direcciones posibles de ese espacio marginal entre el principio de mi dimensión y el final de la realidad.

Todas las imágenes vivían en él, en ese cuerpo pseudo platinado lleno de colores vivos y colores que no existen en mi mente ni en mi imaginación. A veces como el color del aceite en las superficies, iridiscente y precioso, otras, opaco y tan oscuro como el fondo del océano, todo al mismo tiempo. Inexplicablemente fluctuante como si mi vista se separara en capas de papel celofán o en filtros de color como los que se pueden usar en los telescopios para afinar el detalle de ciertos planetas o de inclusive el sol.

Sus escamas eran como televisores o pantallas en miniatura sintonizando todos los escenarios posibles del universo a la vez. Y al mismo tiempo absorbiendo la luz que venía detrás mío, deteniéndola sin uso de la fuerza, sin refracción a su alrededor, sacándole el brillo a las cosas, oscureciendo cualquier forma de iluminación desde el borde de su cuerpo hacia afuera, como un horizonte de eventos de algún agujero negro. Todo oscuro tras de sí, parecido a una muralla de una sola dimensión, donde nada podía existir tras de lo que veía ni alrededor de ello, ninguna cosa a su espalda, ni brillo ni sombras proyectadas, ni paisajes ni ciudades, ni sentimientos ni amenazas.

Su cuerpo se movía errático mientras las pequeñas imágenes combinaban una cierta bulla, un ruido ínfimo que me ponía nervioso, un sonido como de estática que entraba a mis oídos de manera precisa y escalofriante. Como el que suena antes de dormirte, calmado y placentero, pero también antes de desmayarte, agudo e inestable. Todo estaba en aquella figura, las caras, las fronteras, los países, las estrellas anteriormente visitadas, mi historia y mi vida y el inmenso mar que brillaba de la misma forma en la que brillaba mientras aterrizaba la nave. Parecido a una pantalla en un canal sin señal y al mismo tiempo miles de personas mostrándose en un segundo. Una telenovela completa de principio a fin, sin trama ni desenlace con todos sus diálogos abruptamente acoplados intentando ser una sola voz. Tratando de comunicar algo que parecía todo lo que sentía de un solo golpe: desesperación, angustia, alegría y euforia.

Yo estaba mudo, pero me entendió. De alguna forma me leyó y sus movimientos cesaron de golpe, dándome una respuesta kinésica que me calmó, me sentí dominado y aturdido por la presencia poderosa que emanaba. Me descifró de una forma increíble, vi mi vida y las otras vidas en lo que parecía ser la palma de una mano que levantó frente a mí, mostrándome un espejo donde me vi por un segundo antes que las escenas empezaran a rodar como lo hacían los antiguos proyectores. Creo que las imágenes se detenían más tiempo de lo común cuando aparecían juicios o momentos de arrepentimiento, quizás algunos de pena también. Pero cuando terminó, me sentí aliviado, aunque corto de respiración, como si me estuviera ahogando. La verdad es que fue algo abrumador y catártico. Un escalofrío cerró el proceso y todo de pronto se puso blanco. Un espacio gigantescamente blanco.

Estaba ahora encandilado, las imágenes que se mostraban en su cuerpo empezaron a producir una luz demasiado brillante, casi como haciendo rebotar y potenciar la luz que estaba a mi espalda, luz que tampoco sabía desde dónde venía, pero ahí estaba. No podía moverme bien, casi petrificado, envuelto por una camisa de fuerza invisible que reprimía todos mis movimientos y creo que también mis pensamientos. Me estaba muriendo, me estaba consumiendo, y la verdad, no era una represión, sino un desgaste monumental de fuerza y energía que me bloqueaba el pensar o hacer algo con mi cuerpo. Un letargo o desmayo consciente. Me dejé llevar y me fui haciendo pequeño de a poco, ínfimo en el vasto espacio de la luz que crecía incesante. Quizás mantenía mi tamaño, pero el cuerpo que tenía al frente se hacía enorme, gigante, inmensurablemente imponente, hasta que fui engullido por uno de los fragmentos reflectantes de luz de su cuerpo sin poder gritar o patalear.

Me había convertido en parte de ese cuerpo y su voz se escuchaba a través de todas las direcciónes y pulsaba a través de todos los sentidos.

La próxima vez seré menos severo, has hecho suficiente para llegar a este momento. Bienvenido de vuelta al ciclo, ahora refleja lo aprendido y vuélvete una presencia más en este universo conmigo, pronto habrá otros universos en el cual volver a probar el proceso. Eres creador de este gran experimento, y al mismo tiempo, parte del resultado esperado, estás en el camino correcto”.

Abrí los ojos y la arena envolvía mis pies, enterrados buscando algo de humedad para apaciguar el calor de la tarde. El Sol distante se ponía sobre los cerros inexplorados de este lugar y el mar, ese poderoso mar azul plateado, reflejaba la proyección del cielo más estrellado que haya visto jamás. Contemplé por unos minutos más esa imagen tan placentera y volví a la nave para descansar.

A la mañana siguiente me paré rápidamente y me fui a buscar alguna ciudad perdida, algún vestigio de vida o creencia, algún lugar de donde extraer una prueba de su existencia, un fósil tal vez o alguna herramienta. Pero todo fue inútil, no había civilizaciones o ciudades, tampoco veía animales, solamente selva, montañas, mar y arena. Terminé mi larga caminata para dar con lo único que me encendió el espíritu después de años de viaje interestelar, y fueron las inmensas ganas de volver a abrazar a mi pareja fallecida años atrás una vez más.

Volví a la nave y al abrirse la compuerta, Dios estaba en ella.

Texto agregado el 29-03-2022, y leído por 58 visitantes. (0 votos)


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