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 En Cesárea, debajo de la bolsa de dormir, estábamos en la ciudad de Herodes, mientras la policía israelí, nos conminaba a no dejar latas vacías por doquier.
 —Acaso son turistas, que vienen a dejar basura en el mar Mediterráneo, quien les dio autorización, esta es una ciudad milenaria, dijeron los policías israelíes a los gritos.
 Nosotros avergonzados, nos levantamos y nos fuimos aduciendo que no entendíamos  el idioma en el cual nos hablaban, que por supuesto si entendíamos, y contestamos en un ingles  rudimentario
 —We dont understund, sorry!
 
 Mi amigo José me llevaba a casa de sus parientes, y por las dudas  para que no ocurriese, el  sexo pecaminoso y procaz, nos habían puesto un mueble en el medio, para impedir el contacto físico, lo cual nos causo mucha risa, porque él me saludo por el costado, con su cepillo de dientes,
 Allí dormimos hasta que por la mañana nos despertó el  aroma  del café y las tostadas con manteca, de sus parientes que fueron de lo más hospitalarios que habíamos conocido.
 Lo que ocurrió en el kibutz, fue todo lo contrario, nos dejaron una cabaña donde pernoctamos dos días sin salir, y mi tía dijo  cuando nos vio aparecer.
 —¡Al fin, aparecieron!
 Al pasar algunos meses nos dimos cuenta con José que hubiera sido todo mejor si me hubiese seguido saludando con el cepillo de dientes por el costado del armario, así no tendríamos esta catástrofe de no poder  dormir todas las noches por el llanto luminoso y  estentóreo a la vez  de nuestro bebe.
 
 
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