El primero, más bien, fue algo real. Y ocurrió a mis espaldas en la zapatería. Donde un compañero que siempre se negó a comprar una lima para afilar su chaveta, precisaba de tener que usar las ajenas. Hasta que un día, por el hastío de nuestro recordatorio, de que debería tener la suya, la compró.
Entonces, imprimió su nombre en élla y la mostró a los cuatro vientos, gritando: “ésta es mía y no quiero verla en manos de ninguno de ustedes” ¿Entendido? Y el segundo, sí que es cuento, porque no me consta que pasara: Y fue que tántas veces un vecino le pidió prestado el carro al del lado, que un domingo de mañanita, cuándo le envió su hijo a pedirle la llave.
Éste estaba preparado para ponerle fin al asunto: “dímele, encarando al niño, que yo estoy harto de lo mismo día trás día. Y ya ní siquiera respeta mis dias de asuetos” Y sé cuenta que el muchacho al escucharlo se volteó para llevarle el mandado al padre, pero que después de haber dado unos cuantos pasos, oyó de nuevo la voz del dueño del áuto gritarle: “me le dices, también, qué mi estómago no es garaje”.
Ámbos relatos pintan un mismo proceder, aunque en el segundo, el dueño sé adelantó un poco. |