Podría comenzar contando el asunto del gato que desea ser fotografiado. Acaso sea la reencarnación de un actor o de una actriz que desde esta nueva envoltura conserva en su memoria el fogonazo, el click del obturador y la perpetuación de su ser a través de postales que homenajearán su belleza. Es posible que esto no merezca ni una lectura, pese a los ojos deslumbrantes del minino y su pelaje de terciopelo inundando la escena. Quizás sea un tanto más interesante aquel sueño entre líneas que tuve anoche y en que atisbo a mis hermanas en la levedad de su juventud, una prodigándose en transmitir algo que me suena a trabalenguas, un atoramiento tan propio de los sueños, de por sí tan inconducentes. La ventaja mezquina de estas invocaciones entre sábanas es que nos permiten regresar a los escenarios de antaño, ¿resabios de recomponer algo que se quedó suspendido entre la nebulosa? Todo está en discusión. La contemplo y de algún modo parecido a la osmosis, me trago su discurso, un plato de gourmet virado en palabras que me hacen mucho sentido y satisfacen algo que no atino a saber qué diablos es. Freud planteaba que los sueños eran una realización alucinatoria de deseos y como consecuencia, una vía que privilegia el acceso al inconsciente mediante el empleo del método interpretativo fundado en la asociación libre de los símbolos más importantes del sueño. Puede ser, pero algo no me cuadra. O no lo asimilo, lo que me produce una especie de descuadre, una armazón mal construida que se derrumba con estrépito. Vuelvo a los ojos del gato. Animalejo interesante (quisiera que él pensara lo mismo de mí) que se tiende en el pasto, cubierto por las hojillas insinuantes de un cedrón. En las fotografías, alcanzo a distinguirme preso en sus pupilas, una silueta contorsionada buscando el mejor ángulo. Diviso la casa descuadrada, (otra vez surge esa palabra) por efecto de la curvatura de sus ojos almendrados y provistos de una luminosidad embrujadora. No, mi corazón no palpita de manera carnal por ese ser peludo y asequible. No daré más explicaciones. Regreso al sueño, nutrido por ese alimento espiritual que significaron las palabras de mi hermana. La otra ha salido envuelta con los brazos de su amiga. Discurro una frase que debió viajar desde este presente palpitante y abierto a las reivindicaciones:
“¿Qué más da que sea su amante, su amiga o su consejera? Ella establece vínculos con alguien y serán sus acuerdos mutuos, sus discordancias o lo que florezca de esta relación lo que permitirá que ella sea feliz y esa certidumbre porosa se transmita por osmosis hacia quien la acompaña”.
No es mi intención tejer redes para sustentar esta entropía, o tal vez sólo desee su felicidad a ultranza. Algo de los discursos que se quedan pegados en las orejas se trasfunden y se cuelan en los sueños agregándoles sustancia.
Como pueden ver, divago y trazo líneas argumentales que pretenden armar cualquier cosa. Rescato algo: a mi segunda hermana, le fascinan los gatos y pese a que con alternancias la ataca, o la atacaba un incipiente asma, no hemos conversado sobre ese tema, se hizo de una hembra a la que bautizó como Chitu. Extraño nombre para una criatura que vivió largos dieciséis años gracias a su esmero en cuidarla y brindarle las mejores expectativas para su vida gatuna. Su fallecimiento, sumió a mi hermana en una depresión que le costó superar. Con todos estos antecedentes, mi intención era mostrarle las imágenes del que yo he fotografiado. Preveía su rostro sorprendido, sus labios como se curvarían en una sonrisa que finalizaría en un mimo: ¡Que preciosura! Cómo no, si es un actor. O actriz, no he indagado más.
No les mencionaré a la avecilla que se dejó fotografiar esta tarde en el mismo césped. No les describiré esa tierna cabecita azul y su lomo pardo, con una cola gris.
Quizás todos estos desvaríos sólo sean una manera casi inconsciente de evitar el tocar temas más profundos, más dolorosos. La vida sigue y los sueños a la vera, recomponiendo, cifrando o abriendo nuevas incógnitas. Como dijo Freud en esas teorías tan rotundas y pesadillescas en su carácter.
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