El principio lo puso Rodolfo, cuando nos alertó del quebranto de un amigo. Pero en mi niñez una vecina enfermera, me llevó al segundo piso de su amiga la modista. Y hasta ahí todo pasa en el pequeño espacio de la calle Mella(unas cuatro esquinas) y un patio que llega hasta la Papi Olivier.
Todavía el elenco no está completo. Porque la modista tiene dos hijas, ambas con físicos medianos de estaturas, pero con un peso que las acerca al término gordita. Y el dominicanismo ‘india’ en una, cede su lugar a la otra. Y ésta, es menos cerrada al conversar y tiene una cabeza proclive a llevar tres moños en sentido triangular.
Añadamos ahora a la Mella un cruce a la calle La Cruz. Y aparece una doña que borda sentada en su mecedora. Élla es abuela y un par de hermanos(de ambos sexos), disfrutan del bienestar y la calma que circundan a un viejo piano. Sumo que los dos son versátiles, lanzados y bien parecidos. Aúnque el macho, creo, descolla.
Y aquí, es preciso volver atrás: para apuntar que la enfermera tiene un sobrino que es mi amigo y que juntos hacíamos entregas, de parte suya, a la modista. Tiempo donde la juventud, tan vinculante, produjo múltiples diálogos entre nosotros y sus hijas. Pero sin resultados empáticos.
He olvidado decir, que la niña de moños triangulares, es desinhibida al hablar y hasta procaz. Tampoco habla solo para quién debe hacerlo. Por eso saliendo de la tanda vermouth del cine Peravia, escuché su declaración desde la acera, al chico al otro lado de la baranda de la casa de su abuela. Tal vez, no reduje la longitud de mis pasos, pero oí suficiente.
Luego, otros días, escuché súplicas, llantos de frenéticas apetencias frente a un muchacho pasivo y silente. Hasta llegar a la tarde que siguiendo mi normal ruta, estremecido ví el sorpresivo regalo dado a la hija de la modista: Y fue que en vez del joven silente, de repente, al llamado acudió su hermana. Que sin limitaciones y en tono humillante le gritó a la suplicante y ansiosa niña…………. ¡ Qué dice él qué nó lo jodas más!
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