Y me perdí.
En la sordera intelectual.
En las náuseas
que me produce pensar.
En un diálogo de sordos
que ignora y desecha
las pequeñas verdades.


En un oscuro diálogo
que destroza la satisfacción.
Hambre que flota inadvertida
a la espera
de palabras entretejidas,
que se vocalizan
con el deseo blanco
de acariciar la conciencia.
Y me perdí,
con la ironía esquizofrénica
de reconocerse extraviado,
de encontrarse
paradójicamente perdido.


Y así desaparezco.
Se tensa el rostro.
Se enfilan los labios.
Cierro la boca
en un solo aliento
que me hace invisible.
Como el eco mortal
en la oscuridad
de una caverna.
Como vista insignificante
a la memoria.


Hoy se han suplantado
los pedregosos adoquines,
por superficies alisadas
hacia el desfiladero.
Caminos fáciles,
que atrapan el andar,
construidos con oro y plata
sostenidos sobre huesos,
tripas y músculos.
Sobre la fortaleza
de la carne,
perfumados con el olor
a sudor de millones
de esfuerzos.


Se conduce mi voz
como los ruidos molestos;
entre las estridencias
que ya no se escuchan.
En el retumbar
revolotean y zumban
como parte ignorada
de la audible existencia.
Como estúpida polilla
que choca una y otra vez
en contra de la luz.
Sepultura escogida
de su inagotable empeño.


Y así desaparezco.
En un camino ceñido
de agónicas esperanzas.
Que se estrecha
en pasos sin destino.
La hierba se come
la ruta hacia
el fresco manantial,
donde alguna vez
deambulamos
como bestias sedientas.


Y así desaparezco,
ante tus ojos,
ante la lectura
de versos torcidos.
Como película de cine mudo,
en blanco y negro,
mientras de fondo
se escuchan animadas
las notas de un piano,
que toca su final
apresurado.
Y desaparezco,
ante tus oídos,
en la parte inaudible
de la sorda existencia.