Crónica reflexiva de tiempo actual
«Miré, y vi un caballo bayo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte y el Hades lo seguía: y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.» Apocalipsis 6,7-8
Quienes me leen saben que no soy creyente y no profeso religión alguna, pero estimo que el Apocalipsis de San Juan, desde mi punto de vista, escapa a la religión y se transforma en la premoción de lo que puede sucederle a toda la humanidad, justamente por la acción de aquellos que montan, por lo menos tres de esos cuatro caballos.
Del poder y la guerra
Este primer párrafo lo pensé y escribí en mis Puntos de vista N° 12, publicados el día 27/02/2021
«Siempre ante situaciones dolorosas es preferible no escribir apreciaciones personales con tinta producida por la calentura propia del momento de la ocurrencia de los acontecimientos. Mejor esperar que decanten las pasiones y explayarse sin equivocarse y aún más importante sin herir o dañar a quienes eventualmente pueden no ser responsables de los hechos»
Pero hoy no puedo esperar que decanten las pasiones ni los aviones vuelvan a sus hangares y la metralla deje de sonar ante la despiadada invasión de un país pequeño, pero con gran sentido de nación, por un pai… no, no voy a completar esta palabra porque la realidad es que el usurpador creo que no es un país, sino que es uno de esos gobernantes enquistados en su cargo, que a mi parecer, el poder lo ha peturbado a tal punto de que en él se cumple aquello de que el poder corrompe y yo además agrego que en complicidad con la ambición destruye para dominar.
No soy quien para considerarlo enajenado pero según los hechos que veo expuestos en los noticiarios ya lo estoy comparando con aquél que cuando yo nací (en la primera mitad de la década de los cuarenta del siglo pasado) estaba asolando el mundo con su poder, su ambición y su locura.
Por lo que hasta hoy nos muestra el escenario de la guerra, creo que en la actualidad solo un desquiciado por la ambición de expansión territorial puede estar llevando a la destrucción y la muerte al que sabe que no podrá hacerle frente.
Sin embargo, vemos que el David moderno también puede enfrentar al gigante, enarbolando como bandera la nacionalidad, la independencia y la libertad. Y además el patriotismo en su real aseveración.
Tiempo habrá para pensar con calma y buscar razones valederas que nos lleven a maldecir al que sin piedad usurpa y mata y/o bendecir al defensor de la autonomía y la libertad.
Y también será el tiempo para que con sosiego y raciocinio podamos analizar las causas que puedan ser valederas y por otro lado cuantificar los terribles efectos de la guerra.
Entiendo muy bien a las grandes potencias y al mundo libre el hecho de no entrar bélicamente en el conflicto, dado que muy bien saben y sabemos que al hacerlo nos llevarían al mundo entero a la tercera guerra mundial, lo que sería la peor de las locuras puesto que viviríamos y moriríamos en situaciones y condiciones mucho más letales que en la peor de las pandemias.
En estos tiempos de hoy cabalgan aquellos jinetes que describió San Juan y trenes viajan repletos con niños y madres que en la espalda llevan la fotografía de vidas truncadas y en las pupilas avizoran un triste futuro, pero con la esperanza latente del regreso a la tierra que los vio nacer.
Por eso ante el sufrimiento y lo cruento de la guerra, aquellos que la vemos sentados frente a una pantalla y la consideramos como algo lejano sin darnos cuenta que en el mundo cibernético la tenemos a pasos de nuestras puertas, hagamos votos fervientes sin banderas, consignas ni intereses para que la locura bélica llegue a su fin y podamos ver trenes repletos por cientos de familias con niños contentos, alegres y felices viajando de regreso a su tierra para reconstruir sus hogares viviendo el renacer de sus costumbres y tradiciones.
En otras palabras: volver para curar las profundas heridas que las bombas y la ambición del poder desquiciado le infirieron a su tierra, a su patria y a su cultura.
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