QUEVEDO EN LA TELE
Quevedo actual, vivo, moviéndose antes las cámaras de la CNN, salta y vibra con su lectura en el teleprompter como si estuviera aquí, a la vuelta de la esquina mamándose el Newsweek como cualquier transeúnte de Manhattan. El dijo una vez que el hombre es esclavo de su pasión, siempre moviéndose y dejándose mover. Ahora se imagina un James Bond del siglo veintiuno, rodeado de un exquisito olor a piel femenina, olor a perfume quizás, con risa fácil e ironía escondida en todas las paredes grafiteadas del pecado yanqui.
Ríe y se acomoda sus gafas minúsculas, no sabe qué hacer con sus dedos cuando le ofrecen un sombrero de fieltro. Titubea sobre todo cuando tiene que leer con fluidez la palabra “neutralizar”. ¿A quién? Se dijo una vez cuando hojeaba a hurtadillas un atlas de Afganistán o de Corea del Norte, la isla de Fidel o de la Libia de GADAFI. ¿Al mundo quizás?.En todo caso – le advirtieron - se trata de neutralizar toda desgracia que se parezca un poco a la condescendencia marxista. ¡Manos a la obra! Le dirán ahora frente a las cámaras obsesivas de la CNN.
Y Quevedo, saliendo de sus sopores nocturnos volverá a mirar, frotando su pequeña barba talmúdica, sus lentes chicos, redonditos, pegados a su nariz de Cartoon Network. Acto seguido se disfrazará de payaso antropomorfo, buscando en la Carta Magna la fe de todos sus enemigos, y lanzará una carcajada, con estridencia fáustica, como la del Señor de los Anillos, mezcla de nigromante, clown, detective, policía, disipador y noctívago.
¿ A quién hay que pegarle? Dirá esta vez con la inocencia de un niño callejero. ¿A quién hay que bajarle los humos de la cabeza?. Charla un rato con el embajador de España. Otro rato con el primerísimo de Londres. Con ambos comparte los efluvios de su aliento pestilente.
Entretanto los biógrafos embelesados, buscarán una salida indecorosa, rastrearán en su vida personal algo que fluctúe entre los morboso y lo pagano. Algo que no haya salido en los diarios ni en las revistas del corazón. Algún desliz, algún contacto carnal con un muchacho triste. Es hora de decirle a Quevedo que está en la lista de los pederastas del mundo.
Y todos, atacados por la manía persecutoria, lo lincharán en los diarios y noticieros y él se presentará voluntariamente, como lo hace hoy ante el set giratorio de la CNN- Y le dirán Pedro Antonio Quevedo, hace noticia hoy con una nueva trama de corrupción y poder.
Entonces Quevedo llorará en una puerta inexistente del Trade Center, allí mismo donde cayeron las Torres Gemelas, y en plena vereda tapizada de placas recordatorias, pedirá comprensión al pueblo, aduciendo que todo fue un error, que lo hizo por amor y caridad, que no quiso sojuzgar ni humillar a esas pobres criaturas indefensas, que en toda su vida se ha llamado Francisco de Quevedo y Villegas, el hombre pegado a su nariz conceptista carcomida, eso si, con lecturas trasnochadas de Hobbes y Maquiavelo.
En esta parte de la historia Quevedo se pone serio y trata en vano de sonreírle al camarógrafo que lo fulmina con una luz violácea. Finalmente desata el nudo de su garganta y proclama: Son otros los agentes que por dinero o por chantaje (sexual, familiar, social, político o todos los que usted quiera) ponen en práctica los secretos del Pentágono, profitan con la publicidad engañosa, con los sofismas ideológicos y violan – cara de palo – las verdades virginales de la CIA.
Todos ellos fraguarán historias, verdaderas o falsas, para alcanzar el profético liderazgo de esta comedia terrenal. Quevedo esta vez, y en una pose frívola, cruza una Mágnum en su pecho como un moderno James Bond de pacotilla. Y muchos le aplaudirán porque al fin y al cabo está expresando las necesidades de un momento delirantemente histórico.
Finalmente, Quevedo se cansa y juega como un niñito en el sillón giratorio del canal mientras los spot y los reflectores le inundan de nuevo sus anteojos de luz, esos quevedos pequeñitos construidos en honor a su nombre. Es hora de sacar a relucir su verborrea académica y su registro supraformal, sus inyecciones satíricas, su palabra confabulada para hacerse dueño de Todos los Santos Terrenales.
Francisco de Quevedo y Villegas, miembro de la CIA en el siglo veintiuno, maestro de la manipulación mediática, jugador de ajedrez con las Naciones Unidas, le hará un gallito final a los antiquevedistas y tirará sus versos a la chuña, desquiciado por las jugarretas moralistas de los paladines de la libertad.
Entonces, una voz susurrante, desde la esquina del set de la CNN concluirá:
Y eso es todo por hoy: Soy Pedro Antonio Quevedo. CNN en español Noticias.
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