ABSTEMIO
Hay momentos tristes en la vida de uno. Uno de ellos tiene que ver sobre el porqué no le entro a las bebidas espirituosas, Aclaro que no es porque hubiera pertenecido a Alcohólicos Anónimos. Les contaré mi historia.
De pequeño, mi mamá no hubiera podido alquilarme para niño dios, (este niño es bonito). Aunque en la casa no faltaba nada, éramos de clase media baja, tratando de aparentar más. Estudiè en escuelas oficiales (nada de colegios particulares), incluso la universidad.
Recién recibido y haciendo mis pininos para ganarme la vida, me enamoré de una preciosa chica, hija de español y madre del celeste imperio. Ella era rubia con ojos rasgados, de verdad hermosa. Cuando le declaré mi amor, la linda mujercita soltó una carcajada con el tono de quién se ríe de un hilarante chiste. Me dio palmaditas en el dorso de mi mano derecha y me dijo: “mejor suerte con la siguiente muchacha” y se fue de mi vida.
Comprenderán mi tristeza, como buen mexicano intente superarla con vino en compañía de un amigo que me alegrara. ¡Ahí estuvo el error! Pepe, un joven simpático, burlón y gorrón en grado superlativo, me llevó a un bar carísimo (del hotel “Marriot”). Él se decía fino y pidió del más selecto whisky (claro, a mis costillas). Le conté mi desgracia. Pepe con una sonrisa socarrona que se convirtió en burlona carcajada me dijo:
—¿Cómo eres pendejo! Sólo a ti se te ocurre declararte a la más bonita del pueblo, cuando eres re-feo y además jodido de dinero, así está cabròn. Mejor sigamos pisteando que el whisky está a toda madre.
Desde entonces soy abstemio.
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