El otro día, me contó una señora amiga de años, algo que le había sucedido y que calló por bastante tiempo.
Ella tuvo un matrimonio bastante feliz aunque sin hijos. Bah, un matrimonio como tantos otros, imagino. Luego de veinte años, mi amiga conoció un señor en un cumpleaños al que la invitaron, y quedó hechizada como una piba de quince. Se trataba de un hombre divorciado y de muy buen ver. Charlaron como si se conocieran de años, y poco a poco, ambos se enamoraron.
Comenzaron a verse, primero en salidas conjuntamente con otros amigos del club, luego a solas. Y surgió una pasión tórrida como pocas. Él le hablaba por teléfono y el sólo escuchar su voz, hacía que ella, (la llamaré: Martha), sintiera que se iba deshaciendo de a poco. Claro que su enamorado vivía ese amor igual de enardecido.
Tanto hicieron que un buen día, ella le manifestó a su esposo, el deseo de separarse. Pese a que lo quería realmente mucho, pese a que su marido era una buena persona y trató por todos los medios que tal cosa no pasara, se dio cuenta que su mujer, estaba más que decidida a llevar a cabo la separación.
En realidad, la conocí estando ya separada y a quien fue su marido nunca lo vi, sólo supe del mismo por referencias y amigos en común.
Le dejó la casa, (muy bonita por cierto) y él con sus planos -era un ingeniero muy cotizado- se mudó a un hermoso departamento en Las Cañitas, un barrio de Buenos Aires donde viven personas de elevado poder adquisitivo. Menos de dos años después, y antes de que le dieran el divorcio definitivo, su marido falleció.
A Martha la vi mal pese a todo. Me dijo que lo quería como a un hermano, fueron veinte años de estar juntos más ocho de noviazgo, toda una vida. De todas maneras el romance con Antonio, iba viento en popa.
Y acá viene lo mejor: su novio la acompañó más o menos al mes del deceso, al departamento, a fin de sacar algunas cosas y ver en qué condiciones generales se encontraba, ya que iba a ponerlo a la venta. Tengo entendido que al no tener él familia alguna y no estar aún listo el divorcio por sola voluntad de la mujer -como fue pedido- tenía ella derecho al departamento, al igual que a su auto, pequeña embarcación, etc. De estas cuestiones legales no soy una entendida, pero lo comento porque así me lo explicó Martha.
Eran las cuatro de la tarde de un día nublado y fueron ambos para allá. Abrió la puerta con la llave que en su momento, muy previsoramente, su marido le había entregado por cualquier cosa. Todo se encontraba en penumbras, las persianas bajas a medias. Levantó la del dormitorio y el living un poco, para tener más luz. Se encontraron hablando a media voz, cuando sonrientes, se dieron cuenta que eso era totalmente ridículo, el finado ya no estaba allá.
Martha estaba dentro de todo, tranquila, pero a Antonio, la situación lo puso algo ardiente. Hacer el amor con la mujer del muerto, justo en su casa, era un tanto morboso y medio prohibido, cosa que lo excitó más aún. Sin decir una palabra, se le acercó, y comenzó a hacerle todo lo que sabía muy bien, iba a dejarla en condiciones, pidiendo por más. Sonriendo, jugó con ella, hasta dejarla a punto de caramelo.
No quisieron ir a la cama, por lo tanto eligieron un sofá muy cómodo y mullido de la sala para estar juntos. En esos juegos previos estaban, cuando al novio, le dio un calambre muy fuerte en el estómago y más tarde, en otras partes del cuerpo. Claro, habían almorzado bien tarde y opíparamente. Mi amiga quiso ayudarlo como pudo, pero no hubo caso, los calambres persistieron cada vez más dolorosos. De pronto, Antonio se incorporó para vomitar, estaba con náuseas y dificultad para respirar, pero se desplomó. Quedó muerto ahí mismo, en el sofá manchado.
Martha se desesperó, imaginen ustedes qué momento! Como pudo llamó a una Ambulancia. Y ahí se encontraba, esperándola, mirando hacia la calle, cuando le pareció ver en el cristal de la ventana, la sombra de su esposo, luciendo una amplia sonrisa...
Relato verídico.
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