Mediante las memorias de mis abuelos, supe de un versito que encerraba algo que no era un juego: “tán buen carnicero/cómo lo fue Ramoní/pero núnca pudo decir perejil”. Y según éllos en nuestro barrio se repetía desde el final de la cuarta década del pasado siglo, pero el tiempo lo fue pasando a los que no conocimos a Ramoní(cuando supe del versito, no hoy). Hasta llegar al presente(hoy), un momento que comprime el involuntario sentir del poemario colectivo.

Créo que de tanto oir hablar de su descendencia y, más o menos, la ubicación del rún rún, pude haber sido amigo de sus bisnietos. Que concuerda con una década del siglo pasado, que justificaría su desaparición(la de Ramoní). Íntimamente vinculada con algo actual, pero versión de aquel entonces. Sin embargo, donde el verso pierde la lógica, es en el medir su oficio, con lo que se entiende que debió saber.

Porque visto así, pero sin dejar de entender lo cruel del mismo(el verso), cuadraba mejor con el trabajo de cocinero. Aúnque y retornando a mis tiempos en el barrio(el mío); sólo fulguraban dos nombres de hombres, acentuados conforme una lengua que en algún tiempo, agitó(como lo hace hoy) las ramas de nuestros arbustos: Vitór y Bensamé.

El primero fue pintor de brocha gorda y el segundo, relojero. Ámbos habitaron en casas de nuestra calle Ancha. Y los dos iban donde mi abuelo. Uno para recortar su pelo y el otro, por compartir con él su otro oficio. Sin embargo, con sus hijos fue notorio un malestar que nace con nuestra historia. Y núnca pude verles sin la barrera, que intuyo, era recíproca. Y que de seguro fue la razón que los llevó al ejército. Cómo para justificar el distanciamiento con nosotros. Los que perdimos la empatía de su proximidad.

Cosa que hoy viviendo en el exterior, escapa a mi razón: Y es, el no conocer el reaccionar de mi barrio frente a los nuevos tiempos.