La Ayahuasca es una bebida tradicional indígena​ de los pueblos amazónicos de las áreas tropicales y subtropicales de Sudamérica. La bebida es una decocción con una larga historia de uso enteógeno formada por la mezcla entre la Banisteriopsis caapi (yagé o ayahuasca), y una segunda planta que es la que tiene el DMT en sí, especialmente la Psychotria viridis, también conocida como chacruna; la Diplopterys cabrerana, conocida como chagropanga o chaliponga (en el caso de la preparación conocida como yagé); la Brunfelsia splendida; y la Banisteriopsis rubyana.El resultado de dicha cocción tiene variados nombres de acuerdo a los diferentes pueblos que las preparan . Las dos palabras más conocidas son yagé (Colombia, Ecuador, Venezuela y Brasil) y ayahuasca (Perú, Bolivia y Brasil), ambas palabras designan tanto a la planta Banisteriopsis caapi como a la bebida ritual preparada por los indígenas. El consumo de la ayahuasca puede generar efectos alucinógenos a causa de la presencia del DMT natural de plantas como la Psychotria viridis, la Diplopterys cabrerana y otras.
La llamada
Hacía ya un tiempo que no tenía noticias de mi amigo Charles, la última ves que nos vimos, hace ya un par de meses, fue para tomar un café y hablar de nuestra extraña experiencia en Mercedes. Por eso me sorprendió gratamente cuando regresando de mi habitual paseo por la plaza encontré un mensaje suyo en el contestador.
El mensaje dejado por mi amigo decía que necesitaba hablar con cierta urgencia de un tema y que no creía conveniente que fuera por teléfono, que prefería que lo hiciéramos personalmente.
De más está decir que ni bien escuché el mensaje marqué su número y tuve la suerte de que me contestara rápidamente, sabiendo que es muy difícil debido a que entre pacientes y otras actividades de su profesión era una casualidad encontrarlo desocupado.
Luego de un caluroso saludo, el Maestro me comentó a modo de anticipo, que necesitaba contar conmigo para realizar una experiencia científica de la cual no quiso adelantarme muchos datos, por temor supongo a que me negara. Convinimos en encontrarnos esa misma tarde a las 17,30 hs. en el café Habana de Avenida San Martín y Juan B. Justo.
Esperé con mucha ansiedad y mucha curiosidad que llegara la hora del encuentro, sin imaginar que se trataba de algo que iba a cambiar para siempre nuestras vidas de manera rotunda.
Era ya el mediodía asi que me hice un bife a la plancha, bien cocido como me gusta a mí y armé una ensalada de lechuga, tomate y cebolla. Me senté a almorzar con una copa de vino Michel Torino, una de las pocas marcas que me puedo pagar y encendí el televisor para entretenerme mirando un noticiero mientras comía. Las noticias del día eran más o menos las mismas de los últimos tiempos, el dólar seguía subiendo, cerraba otra PYME, aumentaba la desocupación, los alimentos se iban a las nubes, el presidente inaugurando otra parada de metrobus hablaba con su tono gangoso y tartamudo sobre un país ideal donde nosotros no vivimos y otra adolescente había sido violada.
Una vez terminado mi almuerzo y lavado los platos me dí un buen baño, me vestí y me dispuse para salir. Cuando miré la hora, eran recién las tres de la tarde, faltaba todavía un buen rato para encontrarme con mi amigo, decidí entonces tirarme en el sofá para retomar la lectura de “El Nombre de la Rosa”, libro que por tercera vez estaba leyendo buscando nuevos datos históricos de los que se encuentran escondidos en esa entretenida novela. Sin embargo, la ansiedad por el encuentro con Charles no me permitían concentrarme y luego de dar algunas vueltas por mi casa, acomodar ropa en el placard y barrer, opté finalmente por largarme a la calle y acudir al lugar del encuentro, que quedaba en realidad a unas pocas cuadras de mi casa. Llegué por supuesto muy temprano y me quedé ahí haciendo tiempo con un café.
El encuentro con el Maestro
A las 17,30 hs., con su puntualidad habitual entró el Maestro, impecablemente vestido, con traje como era su costumbre, una corbata que combinaba perfectamente, unos zapatos que de tan lustrados parecían nuevos, su barba candado perfectamente recortada y el pelo prolijamente peinado, lo que lo hacía parecer mucho más joven que yo, a pesar de tener poca diferencia de edad. No puedo negar que me sentí un poco incomodo ya que yo estaba con la bermuda con la que fui a la plaza, remera, sandalias de goma y con la barba de hace tres días. No obstante nos confundimos en un abrazo y pasamos luego un largo rato hablando de distintas cosas, donde no faltó el tema político, que tanto nos preocupaba a los dos.
Finalmente y con indisimulada impaciencia le pregunté por el motivo del cual realmente quería hablarme.
Luego de dar algunos rodeos, donde se explayó sobre la importancia del conocimiento científico, la búsqueda y descubrimientos de la ciencia que le permiten al hombre llegar a nuevos entendimientos de la naturaleza y luego de que yo lo interrumpiera para que fuera directamente al grano, el Maestro por fin expresó su deseo.
Un grupo de científicos que fueron dados de baja del CONICET, por reducción de presupuesto por parte del gobierno, habían decidido continuar por su cuenta con una investigación que ya tenían bastante adelantada y en la que habían invertido muchos años de sus vidas. Sabían que de no continuarla ellos, nadie la retomaría y se perdería todo lo actuado hasta ese momento.
La Bióloga química y bióloga molecular Dra. Dra. Matilda Puganoff que tiene dos doctorados: uno en la Universidad de Buenos Aires y otro en la Harvard University, de ahí el doble título con que se la designa, a quien yo ya conocía, había cedido parte de su amplia casa en Caballito para ser utilizada como laboratorio.
El núcleo de este grupo estaba formado por Matilda, que ya mencioné, un antropólogo: Juan, y un psicólogo: Rosendo. Había además un grupo de apoyo con profesionales de distintas ramas de la ciencia y estudiantes, algunos de los cuales se dedicaban al trabajo de campo bajo la supervisión del antropólogo.
Trataré con mis escasos conocimientos explicar lo mejor posible de que se trataba la experiencia, según lo que me relatara el Maestro y solicitando a los lectores la mayor discreción, dado que los resultados de esta investigación aún no fueron publicados y continúan en proceso de estudio.
Este grupo había estado investigando los efectos que producen los rituales con ayahuasca en el ser humano. Trabajaban sobre la hipótesis de que esta conjunción de rito chamanico y la droga contenida en la preparación que se da a beber a los interesados, permitía llegar a un estado que trasciende lo subjetivo de cada individuo y llega a una etapa más profunda que tendría que ver con un inconsciente colectivo.
Si bien había ya muchos estudios sobre el tema, algunos con objetivos más o menos parecidos, otros que hablaban de un cambio en la conducta de los que ingieren esta sustancia, el grupo de Matilda pretendía llegar a una instancia más abarcativa que fuera el punto de partida para un mayor entendimiento de la evolución humana.
Seguramente los lectores se preguntarán como llegamos el Maestro y yo a vernos involucrados en este tema.
Sucede que Charles en una reunión social en la casa de Matilda ya hace un tiempo, había entablado amistad con Rosendo, que por ser colega de él empatizaron rápidamente.
Recuerda Matilda que en esa oportunidad entre copa y copa de Jerez no pararon de conversar y terminaron yéndose ambos abrazados y cantando “La Internacional”, seguramente influenciados por el alcohol etílico y los empujones de la dueña de casa que una vez retirados todos los invitados y ella con pijama puesto muy dispuesta a irse a dormir tuvo que tomar la drástica determinación de echarlos.
Lo cierto es que esa amistad se mantuvo y fue el inicio de muchas charlas entre ellos que rondaban por lo general sobre el tema de sus profesiones.
Finalmente ocurrió que Rosendo y Matilda involucraron a Charles en la investigación debido a que necesitaban una persona confiable y que tuviera además la capacidad intelectual de mi amigo. La tarea se les dificultaba porque necesitaban además de otra persona también de suma confianza, pero sin el mismo alto grado de conocimientos, más bien de una persona común. Charles pensó inmediatamente en mí pues consideraba que reunía los requisitos necesarios.
No entendiendo bien el rol que me tocaría en esa investigación, el Maestro entre risas dijo que nosotros seríamos los “cobayos” de esa experiencia. Conociendo los lectores mi timidez crónica y mi poco espíritu aventurero, comprenderán que no me causó mucha gracia lo que escuchaba, por otro lado mi profunda amistad con Charles sumada a un cierto sentimiento de culpa por haberlo metido en aquella oportunidad en esa extraña experiencia mercedina me impedían decirle que no. Quedamos finalmente que él me avisaría del día y la hora en que nos reuniríamos con el grupo de investigadores.
La reunión con los científicos
Esa reunión se llevó a cabo un sábado al mediodía en la casa de Matilda, que como siempre había preparado algunas exquisiteces gastronómicas a modo de almuerzo. Matilda además de ser una avezada bióloga es una excelente chef y damos testimonio de ello tanto el Maestro como yo, que las veces que nos reuníamos en la casa de ella, con motivo de alguna celebración, nos abalanzábamos como desaforados sobre la mesa donde siempre abundaban delicias tanto dulces como saladas, perdiendo todo decoro y toda norma de etiqueta.
En ese encuentro donde estaba todo el equipo, me dieron más información sobre la experiencia que habría de llevarse a cabo. Me contaron que como suele suceder en la ciencia, un hecho fortuito, un incidente que no fue descubierto sino mucho tiempo después, los obligó a cambiar radicalmente la hipótesis de su trabajo.
Parece que era habitual y a modo de ir llevando las largas horas de trabajo en el laboratorio, que circulara el mate entre ellos. Y este fue el detonante que cambió tanto el sentido de su investigación como el de nuestras vidas. Me hizo pensar en aquella famosa frase que “el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo.”
Sucedió que un día durante sus labores de rutina, una microgota del mate que sorbía uno de ellos, fue a parar a un preparado de ayahuasca que estaba listo para ser suministrado a un mono. Llamó la atención a los investigadores las extrañas conductas, fuera de todo resultado esperable, en las que comenzó a incurrir el pobre animalito. Al ver que éstas se mantenían por varios días, mucho más de lo razonable en estas intervenciones, hizo que el equipo probara con otros animales llevándose la sorpresa de obtener las mismas respuesta que con el primero.
Esta situación inesperada llevó a que todo el equipo se abocara a buscar la variable que evidentemente se les había escapado. Finalmente y luego de arduas tareas y de innumerables interconsultas con colegas de todo el mundo que llevaban experiencias parecidas, descubrieron al llevar al microscopio una muestra del preparado, un cambio molecular producido por un nuevo agente: ILEX PARAGUARIENSIS, o sea la yerba mate. Llegaron entonces a la conclusión de que efectivamente la incorporación de la yerba mate al preparado era lo que había producido el cambio molecular. Pero la cosa llegaría aún más lejos.
A través de un trabajo de observación de la conducta de los chimpancés inoculados notaron que comenzaban a tomar comportamientos más humanos, uno de ellos incluso incorporó un vocabulario hablado, difícil de comprender porque su aparato fónico no estaba preparado para enunciar palabras, pero gracias a la tecnología y con la colaboración de un lingüista y un fonoaudiólogo se pudo ir depurando lo que decía. El pobre animal fue bautizado “Mauricio” por el tono gangoso de sus expresiones. Así se llegaron a descifrar frases perfectamente armadas sintácticamente y algunas extrañamente enigmáticas como “yo y el universo”, “todos somos parte de algo mayor”, “ los sabios limitan su conocimiento a su ideología”, “hay algo más que lo que se puede ver”, “el mundo y todos somos energía” y frases comunes “quiero hacer pis”, “tengo frío”, etc. Todo este material se dio a estudiar al lingüista y a un filósofo.
Sin embargo lo que más llamó la atención a los investigadores, fue que los tres chimpancés inoculados repetían con crayones, pinceles, lápices y aún con un palo en la tierra un dibujo de unos signos indescifrables rodeados por un círculo.
Los investigadores además hicieron otro descubrimiento que los llevó a elaborar una nueva hipótesis. Lograron, después de meses de trabajo encontrar un cambio muy oculto en la cadena de ADN de los animales sometidos a la preparación. Esto los entusiasmó más aún en su tarea porque consideraron que esta nueva situación los acercaba todavía más a su primera hipótesis de un inconsciente colectivo, pero con el complemento de que ahora podían elaborar una nueva propuesta: había un inconsciente colectivo que abarcaba no sólo a los seres humanos sino que incluía también a otras especies.
Tan entusiasmados estaban con lo que hasta aquí habían descubierto que pensaron, tal vez precipitadamente, en incluir a seres humanos como “objetos” para ser estudiados bajo el efecto de esta droga. Esto les permitiría obtener un relato hablado de lo vivenciado por las personas estudiadas.
Hasta aquí más o menos el relato de como fuimos involucrados el Maestro y yo en esta extraña aventura.
El chamán
Faltaba ahora conseguir un chamán que fuera lo suficientemente serio como para poder llevar, con todas las condiciones necesarias, el ritual de la ayahuasca.
Decidieron acudir a Raimundo Sotomayor , quien era conocido por algunos integrantes del grupo que habían participado en varias ceremonias dirigidas por él. Se dispuso que dos personas fueran las encargadas de contactarse con el chamán en el Amazonas peruano donde residía. La tarea no iba a ser fácil ya que Raimundo no era partidario de efectuar su ritual fuera de la zona donde vivía, sin contar además que era bastante temeroso de los viajes en avión.
Se decidió por lo tanto que Juan, el antropólogo, fuera uno de los encargados de esta difícil misión, ya que había entablado una cierta amistad con el chamán, producto de sus varios viajes de investigación al Perú. La otra persona designada fue Matilda a quien Raimundo también conocía y sabido era, dentro del grupo, que éste se sentía cautivado por esa mujer de ojos celestes brillantes y blonda cabellera rubia, sin contar que había tenido la suerte de probar más de una vez de las exquisiteces que la investigadora cocinaba.
Matilda, muy consciente de esta situación, llevó preparado desde acá una variada cantidad de confituras hechas por sus propias manos.
No fue fácil de todas maneras convencerlo y llevó varias reuniones para lograr ir aflojando las resistencias de Raimundo, quien de a poco fue cediendo en su negativa hasta llegar a aceptar finalmente el pedido de los científicos, no sin antes imponer una serie de condiciones en cuanto al lugar y elementos para efectuar el ritual, otras más de rutina como tipo de alojamiento y comidas y ser acompañado por su sobrino, ayudante necesario según él para poder efectuar la ceremonia.
Lo más difícil, sin embargo, fue convencerlo del viaje en avión. Se había empecinado en hacerlo en micro, tomando en cuenta su miedo ya conocido. En este punto fue importantísima la intervención de Matilda que debió usar de todas sus armas de seducción y lograr invitarlo, la noche anterior al viaje, a una cena íntima que cocinaría para él en su propia casa. No se olvidó la científica de llevar a esa reunión una botella de buen vino argentino y dos botellas de pisco peruano de primera marca. La misión salió perfecta, logró Matilda mantener al chamán despierto durante toda la noche y entre copa y copa de pisco llegaron las luces del día siguiente. Esperaba el antropólogo en la puerta de la casa , en un jeep alquilado, junto al sobrino de Raimundo, quien no paraba de reir y hacer comentarios picarescos de lo que habría sido esa reunión.
En el auto estaba cargado ya todo el equipaje y ni bien se abrió la puerta de la casa se vió salir a Matilda llevando al chamán del brazo y cantando una canción criolla típica de la zona. Cargaron a Raimundo en el jeep y fueron directo para el aeropuerto, llegó este completamente dormido y hubo que arrastrarlo para subirlo al avión, permaneció así durante todo el viaje y hubo que despertarlo a su llegada a Buenos Aires.
En ese ínterin tanto el Maestro como yo fuimos sometidos a una serie de estudios y chequeos médicos para asegurar nuestro buen estado de salud. Creo que nunca deseé tanto algún problemita cardíaco, algún indicio de hipertensión o alguna cosa así como para escapar de esa situación que cada vez me gustaba menos. El Maestro por el contrario se encontraba entusiasmado y ansioso de que el gran momento llegara.
La ceremonia
Y finalmente llegó el gran día. Se había dispuesto para el acto, acondicionar el quincho ubicado en el jardín y se lo había ampliado con un gazebo para dar mayor comodidad a los participantes, el suelo fue cubierto con un piso de goma eva y en la parrilla se instaló un caldero donde el chamán, desde dos días antes fue preparando el brebaje.
Dos estudiantes con conocimiento de cine serían los encargados de tomar el registro fílmico de todo lo que allí sucediera.
Participarían además de nosotros: Matilda, el antropólogo, el psicólogo y por supuesto el chamán y su ayudante. Fuera del quincho, un médico del equipo haría guardia durante todo el acto para intervenir en el caso de que alguno de los dos sufriera algún tipo de descompensación.
Hubo un incidente que demoró el comienzo, sucedió que el grupo sin aviso previo nos indicó que tendríamos que estar durante toda la ceremonia con pañales geriátricos previendo algún accidente diarreico que era muy probable que sucediera, ya que la droga produce algunas alteraciones corporales, sobre todo al comienzo, tales como sudoración, palpitaciones, vómitos y diarreas.
Yo me negué rotundamente, pensando en lo humillante de exponerme frente al grupo y ante las cámaras de esa manera. Tardaron un buen tiempo en convencerme de que era importante que fuera así, para evitar cualquier hecho fortuito que estropeara el trabajo de tantos años de estudio.
Así quedamos tanto Charles como yo sentados con nuestro pañales, como dos bebés idiotas en sendas sillas de playa.
Eran como las nueve de de la noche cuando comenzó la ceremonia, con el chamán, al que se lo veía un tanto alegre y dicharachero, producto tal vez de algunos tragos de pisco de más, cantando en alguna lengua indígena, estrofas monótonas al compás de elementos de percusión que hacían sonar tanto él como su ayudante. Al cántico se agregó el humo de un cigarro que espiraba sobre nosotros el brujo. Posteriormente fuimos inducidos a beber del brebaje, en unos recipientes menores a un pocillo de café.
El chamán nos había advertido que por lo menos serían tres la tomas de ayahuasca y que no necesariamente tenía que producir efecto con la primera taza. Además nos advirtió que seguramente entraríamos en un mundo oscuro y aterrador, lleno de misterios, hasta que toda nuestra existencia se fuera limpiando de las malas energías que cada uno llevaba consigo. No debíamos asustarnos, nos dijo, porque en todo momento él estaría junto a nosotros para guiarnos. Esta limpieza se iba a manifestar también a nivel físico con los síntomas que ya me indicaran los científicos, hasta que todo nuestro cuerpo quedara también limpio de toda impureza.
Con la primera toma, no sentí nada especial, salvo un estado de cansancio y sueño. El chamán continuaba mientras tanto con su ritual de cánticos y “fumata” hasta que consideró que era el momento de la segunda toma. Su ayudante nos acercó el pocillo a cada uno y bebimos nuevamente de ese “menjunje” de sabor agrio y terriblemente amargo.
Poco a poco fui sintiendo náuseas, ganas de vomitar y que el cuerpo me pesaba, al punto de dificultarme cualquier movimiento. Quise hablar y mi voz salía muy débilmente, miré de reojo al Maestro y lo vi sentado en su silla, con la cara pegada al pecho y los brazos caídos como si estuviera desmayado.
Intenté levantarme y salir corriendo pero no podía prácticamente moverme. Supongo que el ritual seguía su curso, pero me encontraba ya en un estado de semiconsciencia que no me permitía razonar mucho sobre lo que pasaba a mi alrededor. Creía ver los ojos celestes de Matilda que me miraban fijamente y comenzaban a iluminarse como dos soles, escuchaba las voces entre susurros de los científicos, pero no podía distinguir lo que decían. No sé cuanto tiempo había pasado, solo sé que fui asistido por el ayudante para que bebiera la tercera taza del brebaje. -¡ Me cagué!- quise gritar pero no pude y me volví a cagar.
El Viaje
Finalmente se hizo una total oscuridad , solo podía percibir, pero muy alejada, la voz del chaman con su cántico constante. Sentí que mi cuerpo iba abandonando la pesadez del comienzo hasta que me di cuenta de que me podía levantar y caminar. Mis pies comenzaron a moverse con una levedad que me hacía sentir que flotaba en el aire.
A pesar de que la oscuridad continuaba pude percibir como que estaba en otro lugar. Sentí que mi mente estaba escindida y que podía verme desde cierta altura, parecía que mi pensamiento navegaba separado de mí, sin perder nunca la consciencia.
En algún momento toqué una mano y me di cuenta que era la del Maestro, quise aferrarme, pero la mano se soltó y creí escuchar la voz del chamán, o tal vez solo lo pensé, que me decía - tenés que encontrar tu camino vos solo.
Sentí un movimiento en el piso como de una multitud que se acercaba, al mismo tiempo que el suelo comenzaba a llenarse de lagartijas, una de éstas de gran tamaño se trepó por mi cuerpo hasta posarse en un hombro y pareció susurrarme – sigue caminando hacia la multitud que viene.
Haciéndole caso a la lagartija comencé a caminar hacia un grupo que venía caminando guiado aparentemente por alguien. Cuando pude acercarme más vi algo que me impresionó de tal manera que me sentí paralizado, comencé a temblar y creo que me cagué de nuevo. Eran seres harapientos, vestidos con túnicas blancas andrajosas, formado por personas pálidas con apariencia cadavérica y no se podían distinguir hombres de mujeres. A su cabeza vi y fue lo que más me impresionó, a mi abuela materna, ya hace muchos años fallecida, vestida con una especie de casulla morada, en su cabeza algo así como una mitra papal y en su mano derecha un bastón con forma de báculo.
La lagartija volvió a dirigirse a mí diciendo: - mira a la derecha y hacia arriba- y saltó de mi hombro al piso.
Otra vez algo que me impresionó se mostró a mis ojos, en un balcón blanco y luminoso, un coro de mujeres cantaba en una especie de liturgia religiosa, acompañadas por liras, cítaras, flautas timbales y otros instrumentos desconocidos canciones religiosas que sonaban como en hebreo. Entre ese grupo se encontraba mi fallecida mujer, muy joven y alegre cantando y haciendo sonar una especie de pandereta. Siendo que ella era de familia católica, se me hizo más intrigante esa visión.
En algún momento escuché los cánticos del chamán que se iba alejando y entre la penumbra, comencé a caminar en esa dirección. El suelo era ahora pantanoso y sentía como algunas plantas y follaje se pegaban a mi cuerpo mojado, veía a miles de animales fantásticos, reptiles de rara especie y pájaros desconocidos rondando a mi alrededor, me rozaban y me hacían trastabillar, escuchaba risas, gritos y palabras amenazantes en un idioma desconocido, vi unos ojos gigantes y enrojecidos que me miraban desde lo alto.
Otra vez se hizo una total oscuridad y me vi entrando por una arcada gigante a un cementerio. Todo era lúgubre, sombrío, me deslicé por los caminos del lugar, veía siluetas oscuras de personas que parecían visitar a sus muertos, algunos llevaban ramos de flores y otras se arrodillaban ante una tumba que se abría y de ella surgían seres que se abrazaban con sus visitantes.
Por fin y siempre siguiendo la voz del chamán, entré tras correr una inmensa puerta de piedra cuadrada a un inmenso nicho, donde varios cajones fúnebres se disponían, sin ningún orden, en el suelo. Uno de ellos se abrió y apareció mi difunto padre sentado en él, una sonrisa parecía dibujarse en sus labios . Me largué a llorar sin parar, traté de hablarle pero parecía no escucharme, en realidad era como un cuerpo sin alma. Le grité si lo volvería a ver y una voz desde un cielo oscuro me contestó – tal vez, puede ser.
El nacimiento
Nuevamente la total oscuridad y me encontré inmerso en un medio acuoso que me contenía , sentí el impulso de salir y pujé y pujé, en la única salida posible, un canal estrecho, me fui deslizando con dificultad hasta que lo conseguí. A pesar que tenía la vista borrosa percibí la luz, alguien me agarró de los pies y me dio un chirlo en la cola, quise gritar y me puse a llorar, inmediatamente mis pulmones se llenaron de aire. Escuchaba voces y risas, alguien me arropó y me puso sobre un pecho inmenso de mujer, sentí caricias y un pezón muy grande que se introducía en mi boca. ¡Me sentí inmensamente feliz como nunca en mi vida!, me sentí completo como nunca lo fui, integrado a ese otro cuerpo que me dio cobijo. Ahora todo era luz, todo era calma, todo era placer.
Fui pájaro y volé, vi un mundo antiguo y desconocido, vi la construcción de las grandes pirámides de Egipto, me mezclé entre los constructores, que no eran esclavos, eran todos artesanos y lo que más me impresionó fue ver que los grandes bloques, que se iban acomodando en esas inmensas estructuras de piedra, no se transportaban con esfuerzo alguno sino que a través de algún arte desconocido ¡se hacían de roca líquida! y se iban construyendo en el lugar donde quedarían para siempre luego de fraguar.
Vi a un Cristo subiendo hacia los cielos, en el mismo momento que el Buda Gautama ( el número 28). Lo hacían atraídos por un rayo de luz que los transportaba hasta una esfera luminosa que desaparecía en un segundo. También vi dioses aztecas, mayas, sumerios y de otras culturas que no conozco, en la misma situación, algunos con cuerpos y rostros extraños, unos gigantes otros con cabeza de pájaro, vestidos lujosamente con raros atuendos. Vi seres primitivos, de conductas triviales, animales nunca imaginados y paisajes de extraño follaje.
Dejé de ser pájaro y en el momento de posar mis pies en tierra se me abalanzó un enorme animal, era un lobo gigante de grandes colmillos, quedé petrificado en el suelo, pero el animal no me atacó sino que se introdujo en mi cuerpo y comencé a ser lobo.
Pronto estaba entre mi manada y me sentía seguro, descubrí que había un líder al que no me había podido acercar. Comí con mucha avidez carne cruda de alguna presa, saciaba mi hambre sin límite, bebí de un arroyo de agua helada y en algún momento no sé por qué me di cuenta que mi amigo Charles estaba en la manada. Comencé a olerle el culo a todos hasta que por fin encontré el olor conocido. ¡Sí! Era el culo del Maestro y lo más sorprendente no solo fue encontrarlo sino que ¡era el líder de la manada!. Quisimos estrecharnos en un abrazo pero en vez de eso comenzamos a saltar en dos patas dándonos manotazos y mordiscos de alegría.
A partir de allí continuamos nuestro derrotero juntos, primero como animales y luego como seres primitivos. Sé que anduvimos largo tiempo caminando y comiendo de lo que cazábamos y recolectábamos. Estábamos ataviados con taparrabos y adornos como brazaletes y collares. Nuestro aspecto era distinto pero sabíamos que eramos nosotros. El Maestro se mostraba con un físico atlético, fornido y mucho más alto de lo que en realidad era, yo por el contrario conservaba mi estatura, mis piernas chuecas y la calva que corona mi cabeza.
Prácticamente no hablábamos entre nosotros y me di cuenta que casi no teníamos palabras para comunicarnos, sólo algunos sonidos guturales que repetíamos según la ocasión. Por otro lado no necesitábamos de un idioma, era como si nuestras mentes estuvieran sintonizadas en la misma frecuencia. Pero no sólo nuestras mentes, la naturaleza toda también estaba en la misma sintonía.
La naturaleza nos hablaba, nos sentíamos parte de un todo.
El Regreso
El día se hizo noche y el paisaje se transformó en tierra árida, nos tomamos instintivamente de la mano con el Maestro, miramos hacia arriba y lo que vimos nos impactó de tal manera que nos quedó gravado para siempre en nuestras mentes.
En la bóveda azul de aquel cielo oscuro iluminado por infinitas estrellas un inmenso círculo de fuego apareció ante nuestros ojos, dentro de él una serie de signos extraños que parecían dibujados, pude ver tres barras blancas luminosas inclinadas hacia la derecha de manera simétrica, seguido a ellas tres esferas del mismo color como si fueran puntos suspensivos y un serie de signos tal vez de alguna forma de escritura desconocida. Nos abrazamos fuertemente con el Maestro y quedamos petrificados.
Después la oscuridad total y una paz interior que me hizo pensar si no estaría muerto. Pero no lo estaba, una serie de golpecitos fastidiosos dados por el chamán en mi cara me hicieron abrir los ojos. Y allí estaba la mirada atenta de Matilda y el psicólogo. Un dolor me partía la cabeza y un cansancio infinito me impedía moverme. Balbuceé algunas palabras para decir que estaba bien y me quedé dormido. Me dijeron después que dormí durante treinta y seis horas de corrido. El Maestro durmió tres días seguidos.
Los dos regresamos de manera distinta, yo más o menos recuperé cierta normalidad, pero el Maestro no. Cayó en un mutismo y abandono que hizo que los científicos decidieran su internación.
Fue internado en el Borda para ser mejor atendido por sus colegas amigos. Se preparó al efecto una habitación separada y yo me interné con él, no estaba dispuesto a abandonar a mi amigo bajo ninguna circunstancia. Dos meses estuvimos allí hasta que el maestro pudo conectarse nuevamente con la realidad o mejor dicho con “la realidad” estrecha que percibimos como seres de esta época. Una serie de hechos extraños provocó mi amigo durante su internación, pero eso será seguramente, material para otro relato.
Solo diré que ninguno de los dos somos ya las mismas personas que fuimos.
Llegamos al final del camino, o tal vez no fue el final sino el principio de todo.
FIN
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