La tormenta azotaba afuera, el partido moría en sus últimos minutos, yo preparándome para poder subir y descansar. De repente, te vi.
Mí sorpresa e incredulidad, hizo que tardara en reaccionar. Y te mostraste por segunda vez. Mientras yo me cepillaba los dientes, vos volabas por tu libertad, recorriendo un pasillo ficticio desde el comedor a la pieza. Del ventanal a la ventana, ambas cerradas por la tormenta que se desarrollaba afuera.
Fui tras de ti, queriendo en cada paso poder abrirte hacia tu libertad. La ráfaga de viento y agua hizo que no lo pudiera mantener abierto mucho tiempo. El agua entraba a borbotones hacía el living y vos, tomabas el camino contrario al mío.
Un resbalón y una caída producto del agua, hizo que llegara más tarde de lo normal hacía el otro extremo, donde la ventana estaba abierta. Quería mostrarte la salida.
Vos, sin darte cuenta o producto de la desesperación, te fuiste escalera mediante, a la habitación de arriba. Buscabas una salida, pero elegiste otro camino incorrecto. Ese que al principio te hizo meter en mí casa, ese que por la tormenta y quizás, tu desesperación, te separaste de tu familia y volaste hacia acá.
Girabas en una habitación sin salida, Mariana dormía sin darse cuenta de lo ocurrido y yo, intentando abrir esa ventana que te pudiera sacar. Claro que la tormenta no ayudaba y abría y cerraba al ver qué elegías un camino lejano a la ventana. Hasta que de repente, te pude ver bien. Te pasaste arriba de la puerta de la pieza principal y me miraste. Nos miramos. Ahí te reconocí, murciélago. Un instante duro ese saludo/reconocimiento. Abriste tus alas nuevamente y saliste de la habitación. Yo cerré la puerta para que no pudieras entrar más.
Minutos más tarde, baje a buscarte nuevamente y ya no te ví. Fui del comedor a la otra habitación y no te ví.
Habrás encontrado tu salida? Habrás volado hacia tu libertad? O te habrás refugiado en algún lugar sin que te pudiera encontrar?
Baje varias veces y nada. La lluvia empezó a amainar su potencia. Algunas puertas quedaron cerradas. Y yo... decidí ir a descansar. Pensando que tu visita había terminado y te habías ido. Mañana será otro día.
En la habitación, casi dormido, empieza a caer agua por el techo, unas gotas que chocan contra el piso y el colchón.
Bajo nuevamente, te busco, no te encuentro. Mucho por una noche. Corro el lugar de la cama por la gotera y me acuesto. Mañana será otro día.