Hoy por primera vez me decidí a pensar por mí misma. Tomé el hueso de su costilla inferior izquierda y con mucho cuidado de no estropearlo lije cada parte hasta conseguir una finísima y larga punta. La sumergí en la tinta roja y pude sentir aún la tibieza de sus ojos vivos; ese calor infinito que provocaba en mis genitales cada vez que su voz se escuchaba por la habitación repitiendo algún poema de Neruda, no pude evitar sonreír, por fin era yo. Por fin soy “yo” como siempre quisiste. Desnuda y con el sudor evaporándose ya casi por completo camine hasta la orilla de nuestra cama. Tiré de las cobijas para dejar sólo el lienzo blanco que tanta veces pintamos con nuestros cuerpos perdidos, naufragábamos convertidos en navíos de otro tiempo, de otros mares; en otras ocasiones el silencio invadía aquel trampolín invitándonos a saltar cada uno por el lado de su propio precipicio.
Levanté el brazo y tu sonrisa se dibujo o eso creí, ahora ya no se cuáles son las imágenes reales y cuáles las imaginadas pero todo lo pensé; los días de desencuentros en alguna estación del metro, la lluvia y el viento de aquel día, las miles de cuartillas explicando todo y los silencios, ya lo había pensado, inclusive estos pensamientos que hoy ya no sientes; yo los pensé primero. Levanté el brazo y mis ojos se clavaron en el centro de la nada, las líneas indescifrables e incoherentes saltaron disparejas por donde encontraron cabida, mis piernas colgantes también se marcharon. Millares de pequeñas líneas; rojas redondas, rojas largas, rojas de mil formas. Entonces entendí que por primera vez pensé en ti.