I
Don Carlitos contaba en general con la simpatía de los vecinos más viejos del barrio, que lo conocían desde que era un joven alegre que había venido a los diecisiete años del interior a vivir a la casa de sus abuelos, para estudiar derecho. Hasta al chino del supermercado le había caído bien y lo saludaba con un – Buen día “Don Calitos” -
Muchos coincidían que su carácter fue cambiando a partir de la pérdida de sus abuelos, cuando comenzó a volverse un sujeto taciturno que poco a poco se fue aislando e incluso abandonó su carrera universitaria.
No obstante, siguió saludándose con sus vecinos que habían pasado de un -¡ Hola Carlitos ! - a un – Buen Día Don Carlitos- más respetuoso, al que él respondía de la misma manera pero sin detenerse nunca a charlar con ellos, limitándose a lo sumo a las conversaciones convencionales sobre el clima, la pregunta retórica sobre la salud del otro o alguna cosa intrascendente.
Cuentan que había tomado el hábito del cuidado de las plantas que sus abuelos dejaron tras su fallecimiento, que se lo veía todas las tardes ocupándose de ellas y regándolas en el balcón francés del primer piso de ese edificio antiguo donde vivía.
En el balcón estaban distribuidas dos macetas medianas una a cada lado, donde crecían dos azaleas que por épocas se llenaban de flores, además colgadas de las rejas y sobre el piso se alineaban dos hileras de maceteros con plantas de variadas especies. Todas eran angiospermas y en primavera convertían el lugar en un verdadero jardín colgante.
La muerte de sus abuelos se dio de manera más o menos simultánea cuando él era todavía muy joven, un mozalbete de tan solo veintitrés años.
Primero fue su abuela que luego de una corta agonía dejó este mundo. Su abuelo, no pudiendo resistir la pérdida de su compañera de toda la vida, cayó en una depresión profunda que lo llevó a los seis meses a quitarse la vida de un disparo en la
sien, con el arma que su condición de oficial retirado del ejército lo habilitó a tener. En realidad no era un arma reglamentaria sino un viejo Colt calibre 44 cromado y de cañón largo, obsequio de un colega yanqui con quien había trabado amistad en su paso por la “Escuela de las Américas”
II
A la policía le costó mucho trabajo poder construir el perfil de ese sujeto callado y solitario a quien no se le conocían mujeres ni amistades. Sólo se sabía de él además de su hobby por la jardinería, que solía escuchar música clásica a un cierto volumen. -Wagner, escuchaba siempre Wagner- acotó el vecino del segundo piso, que se dijo conocedor del tema.
La que más datos aportó obviamente, fue la portera del edificio, con más de veinte años en el lugar.
- Rara vez se lo veía salir, no recibía visitas y hasta hace unos años tenía una señora que venía de lunes a viernes por la mañana para hacer la limpieza del lugar y los mandados, pero de un día para otro dejé de verla. Ahora tiene una chica morochita con cantito provinciano, muy calladita que viene tres veces por semana.
Se que está jubilado, eso sí señor agente, desde hace más o menos unos diez años, me acuerdo porque fue una de las pocas veces que se paró a hablar conmigo, fue cuando me contó que le había salido la jubilación y me dijo que estaba muy contento porque recibió más de lo que esperaba. Además todos los principios de mes lo veo salir, siempre con el mismo traje, con un bastón que en realidad no usa para apoyarse , un corbatín negro y su infaltable sombrero “bombin”, elegante pero muy anticuado para mi gusto, señor agente. Se sube siempre al viejo Mercedes Benz medio destartalado que tiene y que siempre se las ingenia para dejar estacionado frente al edificio y regresa con un paquete de confitería y alguna botella de licor. Supongo que es cuando va a cobrar al banco.
Ahora lo extraño es que por lo menos desde que yo soy portera en este edificio
nunca lo vi trabajar como para que cobre algún beneficio.
- Sé que tiene un gato- acotó el del tercero – porque a veces se lo ve al animalito encaramado haciendo equilibrio entre las plantas en la baranda del balcón. Además un día se le escapó y se lo escuchaba al viejo por los pasillos llamándolo preocupado: ¡Michifus!, ¡Michifus! ¿dónde te metiste? El gato finalmente apareció intentando atrapar una mosca en el espejo del palier de entrada al edificio.
III
- Ahí están otra vez esos pendejos de mierda, ya me tienen repodrido. Ya están abriendo de nuevo el local. Ahora seguro el loquito ese ni bien termine de subir las cortinas pone como todos los días la “marchita”. Ahí está, ahí está, te lo dije ¡La Marcha Peronista! ¡Y la puta madre que lo parió!. En pleno corazón de Caballito, dónde se habrá visto y lo peor es que nadie protesta, nadie dice nada, hasta parece que les gustara tener en el barrio una Unidad Básica. ¡ La puta madre que los parió, negros de mierda! -
Don Carlitos o sea Don Carlos María Vázquez Müller dejó de regar las plantas , cerró con fuerza las ventanas como queriendo que todos escucharan su enojo, se sacó los guantes de jardinería, arrojó su sombrero de paja sobre la mesa y se tiró en un sillón, puso a todo volumen en su viejo equipo de música “Der Ring des Nivelungen” y pareció serenarse al sonar “Die Walküre” mientras acariciaba a Michifus, que por hábito ya se había acomodado en su regazo.
Todavía se acordaba, con mucha bronca, del día en que fue a protestar al CGP de su comuna porque habían permitido la apertura de una Unidad Básica enfrente justo de su casa en “pleno corazón de Caballito” dónde se habrá visto. Ese día cansado ya de que lo “pasearan” por varias oficinas golpeó con toda su furia reiteradas veces con su bastón sobre un mostrador provocando que los empleados alarmados se levantaran de sus escritorios corriéndose para atrás.
- ¡Soy Carlos María Vázquez Müller y exijo que me atienda el Jefe de Gobierno! – gritó a viva voz.
Don Carlos María Vázquez Müller terminó siendo echado del lugar por personal de seguridad que lo invitó a que se retirara con algunos empujones, pero con mucho respeto.
- Y claro en esa época todavía gobernaban ellos.- reflexionó.
IV
Dicen que las paredes guardan, a través del tiempo, todas las voces, todos los sonidos, angustias y alegrías de los moradores de la casa y si pudieran hablar contarían que Don Carlos María Vázquez Müller se levanta todos los días temprano por la mañana, desayuna un tazón de café amargo y se pasa un par de horas leyendo “La Nación”, que recibe a diario, mientras hace comentarios en voz alta y protesta a veces en alemán por las noticias que lee, idioma materno que aprendió en el colegio Goethe que por entonces había abierto una filial en la zona.
En sus momentos de melancolía entre copa y copa de brandy o tomando cerveza a temperatura natural – como se debe tomar, para sentirle el sabor, qué saben estos negros que se emborrachan con cerveza fría cómo se toma- , recuerda cuando su padre lo trajo por primera vez a Buenos Aires en el ‘55 para festejar el triunfo de la Revolución Libertadora y la caída del tirano.
- Los militares, siempre los militares tienen que venir a sacar las papas del fuego. A sacarnos de las garras de estos “peronachos” que siempre se las ingenian para llegar al poder. Y sino quien nos salvó de la puta, copera de cabaret, que terminó gobernando en los ‘70 ¿eh? Tuvieron que venir de nuevo los milicos para sacarlos a patadas y terminar con toda esa lacra de zurdos, terroristas, tira bombas, que causaban terror entre la gente de bien. ¿Todo para qué? Para que esos patriotas terminaran siendo juzgados por delitos de lesa humanidad ¡delitos de lesa humanidad haber combatido en una guerra sucia que nos liberó del flagelo comunista?
V
Las noches suelen ser desoladoras para Don Carlitos y a pesar de la bebida difícilmente logra conciliar el sueño. Es inevitable que a pesar del paso del tiempo los recuerdos de su infancia allá en su Coronel Pringles natal comiencen a aparecer entremezclados en un estado de sopor alcohólico. Son fantasmas traviesos que saltan de momentos de alegría y caricias maternas a la tragedia que lo obligó a refugiarse en Buenos Aires.
Puede decirse que fue la época más feliz de su vida, cuando el extenso campo de la estancia de sus padres, servía como lugar de juego con sus hermanos. Esos hermanos mayores que supieron dilapidar la fortuna paterna y lo dejaron a él, un Vázquez Müller viviendo de una jubilación que aunque buena no le permite grandes lujos. Esa jubilación que pudo conseguir gracias a la influencia de los Müller que teniendo relaciones con los militares de la dictadura, le consiguieron un puesto, que duró un año y medio como asesor en el Congreso cerrado. Congreso que sus pies nunca pisaron, pero que le permitieron conseguir un beneficio de privilegio. Beneficio que no le permitió conseguir un crédito bancario para mudarse de esa casa pero que le permite subsistir y pagarle a esa negrita que le hace la limpieza tres veces por semana. Negrita que no se parece en nada a aquélla que se perdió en el tiempo de Coronel Pringles. Negrita que por algo de comida que le da Don Carlos María Vázquez Müller para llevar a sus hermanos, permite que éste la acaricie entre las piernas mientras ella como una rutina más de sus quehaceres domésticos masajea el miembro viril de su patrón hasta que éste logra la eyaculación aliviadora.
Nada que ver piensa Don Carlos Maria Vazquez Müller con aquélla otra que se retorcía de placer y gritaba como un chivo cuando hacían el amor en el granero. Aquélla otra negrita que trabajaba de mucama en la estancia de sus padres con sus quince años, prácticamente la edad de él. Aquella otra negrita que cuando se quedó embarazada no quiso saber nada del aborto seguro y con un médico de confianza que le propusieron los padres de Carlitos. Se aferró a su idea de tenerlo, porque ella sí estaba enamorada de ese rubiecito de ojos claros hijo de los patrones. Quiso la desgracia, o la suerte o la determinación de sus padres, más las palizas que recibiera de éstos para que terminara abortando en un catre sucio, de un rancho humilde donde acudían las parturientas pobres del lugar que no querían tener hijos. Aborto que también se llevó su corta vida y ese amor quinceañero. Fue cuando los padres de Carlitos o sea Don Carlos María Vazquez Müller decidieron enviarlo a la casa de sus abuelos para evitar con el tiempo, que se extendiera el escándalo provocado en todo el pueblo por los gritos desgarradores de dolor de los padres de María, que así se llamaba la adolescente enamorada y la culpa que cayó sobre el joven hijo de hacendados.
“Era mas blanda que el agua/ que el agua blanda/ Era mas fresca que el río/ naranjo en flor// Y en esa calle de estío, calle perdida/ Dejó un pedazo de vida/ Y se marchó.// Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir/ y al fin andar sin pensamiento/ Perfume de naranjo en flor, promesas vanas de un amor/ que se escaparon con el viento.// Después qué importa del después/ Toda mi vida es el ayer/ que me detiene en el pasado/ Eterna y vieja juventud/ que me ha dejado acobardado/ como un pájaro sin luz.// ¿Qué le habrán hecho mis manos?/ ¿Qué le habrán hecho/ Para dejarme en el pecho/ tanto dolor?/ Dolor de vieja arboleda, canción de esquina, con un pedazo de vida/ naranjo en flor.” Homero y Virgilio Expósito.
VI
Fito era alegre por naturaleza, se podría pensar que sabía vivir la vida a pleno. Solía decir jocosamente que era peronista de nacimiento. Su abuelo ferroviario fue peronista, sus padres peronistas de la época dura de la represión que supieron estar un tiempo “guardados” diría él y milagrosamente salvaron sus vidas, cuando fueron puestos a disposición del poder ejecutivo, eso no les evitó torturas y algunos años de prisión. Esa parte de sus vidas nunca fue demasiado hablada con él. Los padres luego e su liberación abandonaron la militancia, pero su espíritu y convicción siempre estuvieron presentes en ese hogar. Aunque poco se hablaba de política Fito sabía y mamaba ese sentimiento solidario, de pueblo, de compañero. Solía decir que aunque no hubiera nacido en un hogar peronista él lo hubiera sido por elección – ¡porque la patria es el otro compañeros!- declamaba con total convicción y lo justificaba con sus actos.
Fito no terminó el secundario, pero era un ávido lector de temas históricos, políticos y sociales, lo que sumado a su innata condición de líder le permitían discutir con fluidez y mostrar siempre un panorama más amplio que lo coyuntural. Todas estas cualidades más su carácter amable lo hacían una persona especial, querido por todos sus compañeros.
Por las tardes siempre se las ingeniaba para escaparse un rato antes del taller de herrería donde trabajaba con su padre para poder llegar a las seis en punto, como le gustaba a él, a la Unidad Básica para abrirla. Fito saludaba con su mano en alto y una sonrisa a ese viejo con sombrero de paja que estaba siempre regando las plantas en el primer piso del edificio de enfrente, saludo que nunca era correspondido, cosa que a él parecía no importarle.
El sábado anterior al trágico suceso, la básica se abrió temprano para ponerla a punto, ya que a la noche se realizaba nuevamente la peña que todos los meses se efectuaba con el fin de recaudar dinero.
Cómo todos los sábados de peña Don Carlos María Vázquez Müller no salió al balcón a regar sus plantas, no abrió ni ventanas ni persianas y puso a todo volumen una ópera de Wagner.
VII
La bala atravesó de abajo hacia arriba interesando el hígado y el corazón del joven militante en una extraña parábola que lo dejó sin vida, cayó al piso con un brazo extendido como saludando a alguien, ese lunes nublado a las seis en punto de la
tarde.
Tardaron mucho los peritos policiales en determinar la trayectoria del disparo ya que éste había rebotado en un adoquín de la calle desviando su recorrido antes de penetrar en el cuerpo.
Quienes pudieron ver el cadáver aseguran que el rostro mantenía una leve sonrisa.
Una de las primeras hipótesis que establecieron los investigadores fue que el disparo se efectuó desde un auto en movimiento. Los periódicos no tardaron en titular que la muerte del joven militante Adolfo Hernandez (a) Fito de 26 años habría sido consecuencia de una rivalidad entre distintas facciones del partido. Finalmente los peritos luego de ajustar algunas coordenadas dictaminaron que el balazo provenía de otro lado.
El velatorio fue multitudinario, parecía que toda la militancia se había movilizado, se vieron desfilar a varios políticos, aún de otros partidos y reconocidos dirigentes y referentes peronistas.
Se había decidido despedir los restos del fallecido compañero en el mismo local donde militó por tantos años.
Ese día el balcón florido del primer piso del edificio de enfrente permaneció cerrado.
VIII
Cuando la policía arma en mano derribó la puerta tras insistir varias veces para que su ocupante la abriera encontraron a su morador Don Carlos María Vázquez Müller regando sus plantas en el balcón como todos los días a las seis en punto de la tarde. Un gato asustado se trepó a lo más alto de una biblioteca que ocupaba toda una pared. El reo fue sacado de la vivienda con las manos esposadas a la espalda, iba en silencio con la cabeza baja y aún conservaba puesto su sombrero de paja. En el allanamiento policial se hizo un relevamiento de lo que allí había. Los investigadores encontraron sin mayor esfuerzo, sobre una mesita ratona al lado de un sillón y un equipo de música un viejo Colt 44 cromado de cañón largo con una cápsula servida.
Como dato curioso en el registro de la biblioteca entre libros de distinto tenor y variado contenido en el tercer estante de la derecha pegado a “Mi Lucha” escrito en alemán reposaba un ejemplar del “Nunca Más”.
FIN
NOTA: Texto publicado el 19.04.2019, que por error borré por lo que vuelvo a publicarlo
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