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Querido mío:

Escribo esta carta que nunca te enviaré, este email que se quedará dormido para siempre en la carpeta de borradores. Lo hago porque necesito sacar de mi torrente todo lo que quisiera decirte y no puedo. Sentimientos estos que se van tornando en veneno mientras más se añejan en mi alma.

Entraste por entre las grietas del corazón fracturado que un mal amor dejó a su paso. El momento exacto en que pasaste de ser el amigo que atajaba con su presencia silenciosa la animosidad de mi quebranto a la inspiración de mis versos y canciones, no lo preciso. No hace falta hacerlo.

Vertiste esperanza en una existencia triste y ese es tu mérito, fuiste capaz de hacerme creer que el amor regresa en formas insondables. Pero ya lo he dicho: “me hiciste creer”, porque al final del reglón no has sido más que un punto y aparte. Te ha faltado valor tal vez, pero lo entiendo, no se deja una vida por ir tras un amor incierto.

Incierto para ti que nunca has creído en el olvido que predico de aquel amor que me supo a tormento; incierto para mí que no he estado seguro de lo que sientes, de lo que tanto niegas. Sin embargo, debes aceptar que soy más intrépido, he estado dispuesto a sucumbir a la fuerza de los sentimientos, aunque me cueste lo que me queda de aliento. Tú en cambio, contenido por la rienda del temor, a veces fue sí a veces fue no; terminando el día el no se quedó, allí, amargo para los dos.

Y es que nunca sabremos si después de las tormentas de la vida, seriamos el uno para el otro un arcoíris que conforta, nunca sabrás si asido a mí con mis brazos rodeándote te sentirías invencible, nunca sabré si en tus ojos habría de encontrar el descanso para los días ajetreados. Es ese nunca el que taladra mi alma ya devastada, es ese nunca el que guía mi mano para escribir esta prosa que parece un verso.

Aunque cinco párrafos son poco para abarcar el vacío que me dejas, es suficiente para no ser juzgado por aquel que lea estas letras, como una plañidera que se ahoga en sus penas. No estoy hecho de lamentos, soy roble viejo que se levanta sobre la pradera, que mira desde su altura al universo. He de terminar aquí esta carta, he de seguir mi camino como tu sigues el tuyo.

Querido mío, aquí estoy, soy ese amigo con el que cuentas. Soy el amigo que oye tus penas.

Texto agregado el 25-02-2022, y leído por 43 visitantes. (0 votos)


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