Llegó recomendada a mi consulta. La mujer tímida, algo retraída, parecía dudar si podía o no, contarme su problema. Hay que entender que se trataba de la primera sesión. Algo debo haber hecho o dicho, que la incentivó a explicarme lo que pasaba. Era casada, diría que muy bien casada, con un marido fabuloso y tres nenas (trillizas). Se había casado hacía diez años y fueron felices durante siete, ¿la comezón del séptimo año? Como sea, la mujer mientras me relataba todo, era un manojo de nervios, retorcía sus manos, vacilaba entre mirarme o no, en fin, que no las tenía todas consigo. Sus hijitas de cinco años, eran niñas sanas, buenas chicas, y las amaba. Disfrutaban de una hermosa casa, tenían dos coches, no les faltaba nada al parecer. Creía que la razón del distanciamiento con su esposo, se debía al trabajo de él. Había formado una Empresa dedicada al ramo de la construcción. Pese a que se notaban síntomas de recesión, era una empresa bien sólida, a la cual le dedicaba todo el tiempo posible, incluso algunos fines de semana si había que entregar un trabajo de envergadura.
Un año atrás, conoció a un joven de manera circunstancial. Cuando me relató esto, su cara se tornó muy colorada. El hombre la supo seducir hasta límites insospechados, ella se enamoró locamente de él, como nunca. Conoció el fuego de una pasión desbordante y sin medida, la lujuria, el frenesí de la carne sin tabúes, el sexo casi descontrolado, un erotismo fino, constante, la envolvió hasta no saber quién era, sólo vivía y se desvivía para esos encuentros furtivos, fugaces, de una voluptuosidad y sensualidad impresionantes, increíbles, y de una sexualidad depurada e infinita, inacabable...
Todo eso terminó, el día en que su amante le hizo escuchar una cinta grabada por él, con sus conversaciones y dos horas repletas de sus propios jadeos, gemidos y gritos al hacer el amor...
Horrorizada, se la pidió. No se la quiso dar, sólo sonrió ante su desesperación.
Hacía ya casi un año que la martirizaba con dársela a escuchar a su marido. No le interesaba el dinero, no, no la chantajeaba con eso. Ella pensaba que quizás, solo quería que sufra, nada más pero nada menos. Casi no dormía a partir de lo sucedido. Había adelgazado y su vida era una pesadilla las veinticuatro horas. Contarle a su marido sería el fin, simplemente no podía hacerlo. Su esposo jamás podría perdonarle y arruinaría su vida entera, pero ¿en qué estaba pensando cuando hizo lo que hizo? Lloraba en la sesión como si su vida dependiera de ello, realmente era penoso verla sufrir de esa manera. Sin juzgar en absoluto la actitud de ellos, sólo le dije que se me ocurría que debía de hacer y le expliqué. Al principio se negó, le di determinadas pautas a fin de facilitarle la conversación y mis razones. Se retiró no muy convencida. Al día siguiente me llamó por poco tartamudeando, agradecida, casi sin poder creer, estaba radiante, exultante; acababa de entregarle la cinta en su propia casa! Llegó en su moto con la cinta en la mano, tocó el timbre, ella salió, le entregó la cinta en la mano y se fue sin decir palabra y a todo escape.
Tuve una sola sesión más, a fin de que se comprendiera y también entendiera a su ex amante, para que a partir de ahí nunca más le pasara algo similar. Desde luego que lo sucedido le sirvió muchísimo para valorar toda su vida. Meses después me llamó para contarme que no supo más nada de él.
¿Quieren saber la receta? Muy sencilla, le dije que cuando la llamara para torturarla una vez más con la cinta, le dijera que ya no le importaba, que si quería dársela a su marido que lo hiciera, que realmente a estas alturas le daba lo mismo.
Era evidente para mí que el fin que perseguía el hombre, era poder dominarla a su antojo, sabía que al no poder manipularla, terminaría por perder el gusto y todo terminaría. Lo que no imaginé es que sería tan rápido. Y si de casualidad tenía una o varias copias de la misma, tampoco interesaba, ya que el motivo por el cual la mantenía aterrorizada, ya no existía.
Lo último que supe es que desde la ventanilla de su auto, ella regó toda la avenida Juan B. Justo de Capital Federal en Argentina (que es larguísima) con la cinta, mientras tarareaba feliz, una canción.
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Es una historia verídica.
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