Siento el vaho tenebroso de la muerte acechándome, su hielo se aproxima y me invade. La obscuridad y el silencio se ciernen sobre mí. Sigilosa teje su red, me inmoviliza. Con sus dedos invisibles apaga mis pupilas sellando para siempre mi voz y mis oídos. Las ventanas que me conectaban con el mundo se han cerrado indefectibles.

Nunca más el sonido del mar, la arena de la playa. Nunca más las letras que siempre me rodeaban. Nunca más las pequeñas grandes cosas; mis afectos, mis risas, mis temores... Nunca más.

Mi alma escucha el llamado de mil voces ancestrales. Estoy perpleja, ¿A dónde voy? Si no soy de aquí, nunca lo fui. Ni aún cuando mi cuerpo se sumergió en aguas profundas, ni aún cuando sin alas me elevé en el alto cielo.

Jamás me hablaron de la muerte, solo soy un alma en pena, cruel reverso del espejo de la vida: hoy la muerte soy yo.



M.D