Una fecha para recordar

Fermín llegó al bar en aquella noche especial, con un buen motivo para celebrar: el nacimiento de su primer vástago, en su caso una niña. Al ser concebida y desde que supo su sexo, había escogido su nombre; se llamaría Ivonne, igual que una novia que tuvo en sus años mozos.
Estuvo desde las once de la mañana acompañando a su esposa en la clínica, donde también estaba una hermana de esta quien quería brindarle su apoyo y así como conocer a su sobrina.
El amable esposo estuvo a su lado desde que aparecieron los primeros dolores, y raudo la trasladó hasta la emergencia, consciente de que el día del parto había llegado. Esperó ansioso, fumando como loco, hasta que el doctor abandonó la sala con la noticia de que madre e hija estaban bien y una enfermera le mostró a la pequeña, bella y roja como una manzana, a través del cristal.
Se mostró amable con todos los que la visitaron y contestó sus preguntas que le hacían los familiares y amigos que se presentaron para conocer la niña y felicitar a los padres.
El tiempo pasó de prisa. Al anochecer, Fermín decidió retirarse a celebrar el nacimiento de Ivonne, con la promesa de que su cuñada pasaría la noche con su mujer, ayudándola en sus necesidades y atendiendo a la niña que era llevada por ratos para ser alimentada con la leche materna.
Ya en el bar –un lugar que frecuentaba en sus años de soltería- buscó un rostro conocido con quién compartir algunas cervezas, pero no vio a ningún amigo de antaño.
Solo había gente desconocida en el lugar; de los presentes apenas conocía a don Guillermo, su propietario, quien saludaba a los clientes, mesa por mesa. Decidió, pues, sentarse en una butaca de la barra, al lado de una joven de rostro triste que consumía, pensativa, un coctel.
Al encontrarse sus miradas, creyó ver una chispa de simpatía en sus ojos y se animó a iniciar una conversación con la muchacha.
—Hola, ¿cómo estás? Te noto triste en este ambiente donde todos ríen, hablan y disfrutan de la música. Me llamo Fermín y me gustaría ser tu amigo.
Ella lo miró sin mucho interés. Tomó un sorbo de su vaso, y luego de evaluar la sinceridad de sus palabras, le contestó:
—Gracias. Soy Melissa. Aunque estoy aquí, no tengo motivos para celebrar ni para reír. Estoy triste porque esta mañana enterré a mi madre y rehúyo a regresar a la casa y no encontrarla. Será muy difícil acostumbrarme a la idea de que nunca más la veré.
—Siento tu pérdida, aunque solo puedo ofrecerte mi solidaridad y compañía. Esta noche, yo, en cambio, estoy celebrando el nacimiento de mi hija Ivonne, y me siento feliz con esa novedad.
A Melissa le llamó la atención la honestidad del joven padre, que, en vez de querer aprovecharse de su agobio por su situación, le hablaba con orgullo del nacimiento de su niña.
Durante varias horas compartieron sus penas y alegrías, y hablaron se contaron sus vidas como viejos conocidos. La felicidad de Fermín era evidente; la tristeza de Melissa, también.
Un beso en la mejilla y un abrazo cargado de ternura les sirvió de despedida al salir del negocio, y se hicieron la promesa de volverse a comunicarse en un futuro no muy lejano. Aquel 17 de septiembre fue la fecha que nunca olvidarán, la noche en que compartieron sus sentimientos que estaban a flor de piel y se hicieron mutua compañía; un día de aniversarios y la fecha en que nació una sólida amistad.

Alberto Vásquez.