| Meci y SenderoÉl:
 
 Una gaviota  se sentiría cansada...yo era una gaviota  que llevaba en su pata un mensaje milenario y no tenía  fatiga. Viajaba orientándome con  la luz de las estrellas y el calor del punto blanco de la luna. Al llegar,  abrí su ventana y  me paré sobre el dintel. Ella dormía y esperé a que  presintiera el viento frío y la tibieza  de mi cuerpo.
 
 Ella:
 
 No supe si desperté o seguía dormida cuando la gaviota me miró con ternura, estaba hermosa  con esa luz especial de los momentos mágicos, sus alas casi transparentes, se agitaban, pues el corazón le palpitaba muy fuerte. Extendió la pata como si hubiese sido especialmente entrenada para ello y me ofreció el mensaje, mientras mis manos abiertas  temblaban de la sorpresa.
 
 Él:
 
 La vi rodeada por las sombras, pero el claro de los pechos lunares hacía que su manto   rompiera en luces como los pendientes del cielo. Sus ojos parecían dos fuegos nuevos en la primera noche y  sin dudarlo  extendí  mi tesoro y se lo puse en su mano de cristal y maíz.
 Miró mis pupilas, —pues ella podía leerme — el regalo es para una mujer que pulsa  en su frente la majestuosidad de la montaña y sus ojos preservan el recuerdo  de los días. El anillo está dorado por los ocasos y en sus bordes tiene tiempos que nadie distingue.
 Te lo doy porque ambos seguimos latiendo entre las hojas y los ríos. Debí ponértelo cuando los primeros vientos despeinaban tu imaginación y tu mirada caía  como el sepia lo hace al caer la tarde en las montañas. Este anillo te corresponde, preciso dártelo, pues la agonía de no hacerlo es un dolor que hiere mis entrañas... tómalo en señal  de un amor que nació extraviado
 
 Ella:
 
 Brillaba entre sus plumas un aro dorado, temí recibirlo, pues un amor perdido me llegaba desde lejos, es verdad que ya lo había presentido y que de alguna manera consentí que creciera entre palmeras, espuma de playa  y rumor de mar, tan lejos de mi cordillera. Así que recogí el mensaje, sabiendo que la golondrina consumaba su cometido y que al aceptarlo se cumplía un compromiso, ya que el ave estremecida y mi alma emocionada, eran concientes que en algún momento de la eternidad y en diferentes circunstancias, dos seres, pactaron una y otra vez, antes que nosotros el mismo amor.
 
 
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